Robert de Langeac
La vida oculta en Dios
El alma interior ha sido verdaderamente conquistada por el Amor divino. Tal vez la haya asediado durante mucho tiempo. Pero, por fin, se ha apoderado de ella. Ha clavado en ella, con gritos de triunfo y de alegría, la, Cruz, que es su estandarte. Y desde ese momento reina sobre ella como vencedor. Todo es allí suyo: espíritu, corazón, sentidos y bienes. El alma interior, arrobada por haber sido conquistada así por la divina caridad, canta la belleza, la fuerza y la gloria de Dios. Había temido perder su libertad si le abría las puertas de su corazón. Pero ahora comprende que la verdadera libertad consiste en hacerse esclava del Amor divino. Creía que se le iba a quitar todo, y se da cuenta de que se le ha dado todo.
Pero el alma no ha sido solamente conquistada por el Amor, sino que es también su presa. Vive en Él, pero también puede decirse que es consumida por Él y que muere en Él. Un fuego interior la devora sin descanso, noche y día. Débil en su origen, este fuego crece y se convierte en un inmenso incendio. Nada se le escapa. Alcanza a todo, purifica todo, se alimenta de todo, lo transforma todo. Un observador atento se daría cuenta de que en esta alma hay algo misterioso y divino. ¡Cómo lograr, en efecto, esconder tan bien esta ardiente hoguera que no la traicione ningún resplandor! Es casi imposible. Por lo demás, llega un momento en que el mismo Dios acaba por permitir que ese incendio de amor estalle de algún modo. Conquistada primero, y víctima luego de la caridad, el alma interior se convierte así en el heraldo de Amor eterno. Lo predica, lo difunde. Poco importa el medio ambiente en que transcurra su vida. Pues hasta en la más profunda soledad su programa seguirá siendo el mismo; y cuando no pueda hablar ni escribir, siempre y en todas partes podrá orar, sufrir, amar…