Robert de Langeac
La vida oculta en Dios
Durante las duras pruebas que ha tenido que soportar para conquistar tu amor, duran te tus largas ausencias, ¡oh Jesús!, el alma interior no ha permanecido inactiva. Con sus trabajos, y sobre todo con sus pensamientos, ha sabido componer una miel dulcísima, de delicioso perfume. Ahora te la ofrece. Dígnate aceptarla. Le parece a esta alma como si fuera comida, absorbida por Ti. Sin embargo, no pierde lo que tiene ni la conciencia de lo que es. Y, a pesar de todo, se convierte en tu misterioso alimento, toda ella íntegra, sustancia y actos. Se convierte en Ti, sin que tengas Tú que adquirir nada, propiamente hablando. El cambio se opera íntegro en ella. Es ella la que se ha convertido en Ti. "… al contrario, tú te mudarás en mí." (San Agustín). Verdad es que sigue siendo sustancialmente lo que es, y, sin embargo, ya no es la misma, Ve, piensa, ama, obra como Tú, contigo, en Ti. Si no está transustanciada, está transformada.
¡Dichosa e inefable transformación!
Durante largos días, Dios se ha convertido en aliento del alma interior. Poco a poco la ha transformado en si mismo. Pero llega un momento en que hallándola transformada totalmente y, por decirlo así, a su gusto, se alimenta, a su vez, de esta alma así divinizada. Antes, ella se sentía interiormente fortificada por un alimento a la vez misterioso y delicioso. Gustaba, en el fondo de sí misma, una gran felicidad, una felicidad suya propia, su felicidad. Le parecía incluso que había alcanzado los límites de la beatitud posible en este mundo. Pero aquello no era nada, lo comprende ahora. Una alegría totalmente nueva acaba de brotar en su corazón. Se da cuenta de que ella es como tu propio alimento, Dios mío. Tu felicidad se convierte en felicidad. Y está prendada, embriagada, fuera de sí misma.
Ciertamente, el alma interior no ignora que ella nada puede añadir a tu dicha infinita. Sin embargo todo sucede en esos benditos momentos como si ella te hiciera verdaderamente dichoso. No sólo gusta el alma de su propio goce, sino también de tu alegría, de la cual le parece ser ella la causa. Ninguna comparación puede hacer comprender lo que puede ser una tal felicidad. Sería preciso corregir, sublimar hasta el infinito la, de la madre más abnegada cuando alimenta con lo mejor de sí misma a su hijo amadísimo y pone toda su felicidad en hacer dichosa a esa querida criaturita que tan metida lleva en su corazón, y pensar en María, Virgen y Madre. Y el gozo del alma interior no pasa. No se agota. Cuanto más da ella a su Dios, más le da su Dios a ella. Él es la fuente inagotable del amor. A medida que se va saciando, llena su corazón, y eso es lo que colma de gozo a su
Esposa.