Robert de Langeac
La vida oculta en Dios
El alma que se acerca a Dios experimenta, a veces, dentro de sí misma la dulce impresión de que la envuelven y penetran totalmente unos misteriosos perfumes. No se trata de perfumes naturales que afectan a los sentidos; no. Sino de que las realidades espirituales tienen unos medios de manifestarse al alma que parecen análogos a las emanaciones odoríferas de los cuerpos. En este sentido hay perfumes espirituales. Tienen el privilegio de ser no sólo mil veces más agradables que el bálsamo más exquisito, sino, además, y sobre todo, el de ser sobrenaturalmente bienhechores. Fortifican, ensanchan. Bajo su influencia, el alma se despliega; respira a sus anchas. Crece. La vida, una vida totalmente divina, le es infundida desde dentro. Lo advierte, y se percata de que la causa inmediata de ello es ese misterioso perfume.
Cuando Dios hace entrar al alma en relación como inmediata con las realidades espirituales, y sobre todo con Él mismo, sucede algo análogo a cuando se perciben las propiedades sensibles de los cuerpos, los perfumes, por ejemplo. La bondad de Dios tiene su aroma, como también tiene el suyo su dulzura, y lo mismo sucede con los demás atributos divinos. Parece que todo sucede como si, de hecho el alma poseyera un olfato espiritual armonizado por el Creador con los seres del orden sobrenatural, y que le permitiera reconocerlo por su olor. Cuando el alma quiere traducir al lenguaje humano lo que experimenta en su vida íntima con Dios, no encuentra mejor comparación: «Las cosas divinas me hacen gustar goces que son, para mi, en el orden espiritual, lo que en el orden sensible son los goces del olfato penetrado por el perfume de las flores.»
En esa intimidad, Dios quiere hablar a su Esposa. Sus labios se entreabren dulcemente. El alma interior observa entonces toda su Gracia. Aun antes de articular un sonido, la encantan ya por su forma delicada y por el dulce perfume que exhalan. Tampoco queremos decir, ciertamente, con esto que Dios tenga labios, o que Jesús deje, por un momento, contemplar los suyos, como podría hacerlo. Sino que el alma interior y Dios están entonces tan cercanos que pueden hablarse como de boca a boca "Todo el afecto verdadero, profundo, puro, que unos labios humanos bien modelados podrían expresar por su forma, lo lee el alma interior sobre lo que, para ella, es como la boca de su Dios. En el pliegue y en el movimiento de estos labios misteriosos, comprende que agrada a su Dios y que es amada por Él.
Un perfume delicioso brota de los labios divinos. Se diría que viene de lo más íntimo del Corazón de Dios. Resume en él y hace gustar al alma interior todos los encantos de los demás perfumes. ¿Por qué la esencia divina no había de tener su aroma? Así lo comprende la Esposa en la hora bendita de su unión. Ese perfume que ella puede llamar «esencial», esa «mirra purísima», le anticipa ya algo de los goces del cielo; una especie de atmósfera embalsamada la envuelve por todas partes. Se siente a la vez separada y protegida por ese medio ambiente invisible y, sin embargo, tan real. Puede entonces amar a Dios a sus anchas. Y eso es lo que hace sin razonamiento, sin esfuerzo, movida por un instinto divino que la asombra y la tranquiliza a un tiempo. Está conmovida por esa nueva manera de vivir que no conocía, al menos en este grado, pero siente que ésa es la verdadera vida, y exulta de alegría.