Robert de Langeac
La vida oculta en Dios
Me parece, Dios mío, que más de una vez le plugo ya a tu amor hablar a mi alma.
Sucedía por lo común en la hora en que menos pensaba yo en Ti. De repente, en lo más profundo de mi corazón, oía yo espiritualmente que una voz dulce y fuerte, precisa y penetrante, me decía una palabra, sí, a veces una sola. Y mi alma, sorprendida, inquieta y dichosa a un tiempo, se sentía transformar, al ser o cumplir lo que aquella palabra le indicaba: «Ama, escucha; cállate, sígueme; busca en el fondo de ti, ten confianza; Yo soy Padre, también lo serás tú; date a Mi y Yo me daré a ti, escóndete dentro de Mi, y dame a manos llenas a las almas.»
¡Oh palabra de mi Dios, qué dulce eres para el corazón amante! ¡Qué fuerte eres también! Tú realizas lo que significas. ¡Tú beatificas!