sábado, 2 de fevereiro de 2013

Dios vacía poco a poco el alma para entregarse a ella

Robert de Langeac
La vida oculta en Dios


Tú, Dios mío, apartas al alma progresivamente de todo lo que no eres Tú. A su alrededor y en ella misma se hace el vacío. Nada que no seas Tú le dice ya nada.

Sus mismos ejercicios de piedad carecen para ella de todo encanto. Ya no le alimentan. Al advertirlo se llena de inquietud. Sin embargo, y a pesar de realizarlos con escasa satisfacción y poco éxito, no los abandona, pues son para ella un motivo de pensar en Ti y de aproximarse a Ti. Ahora bien, pensar en Ti, acercarse a Ti constituye para el alma una dolorosa y deliciosa necesidad. Desde dentro, Tú ejerces sobre ella una misteriosa atracción de la que se da cuenta vagamente y que ya no le permite dedicarse a sus rezos y a su oración como solía. Ello es debido a que tu amor la envuelve dulcemente y la sitúa en ese descanso que es totalmente nuevo para ella. ¡Qué feliz es, entonces, a pesar de su turbación! Querría poderse quedar siempre bajo ese misterioso encanto, ni cuyo origen ni cuya naturaleza acaba de entender. Diría muy gustosa: 

«¡Señor, qué bien estamos aquí!»; y por eso cuando cesa el encanto, su mayor deseo es volver a disfrutarlo. Pero Tú no sueles satisfacer inmediatamente ese deseo. Con todo, si el alma sabe mantenerse en la soledad interior, no tardarás en visitarla.

Menudearás tus venidas, y cada vez te quedarás más tiempo. ¡Si pudieras quedarte siempre! ¿Y por qué no? ¿Acaso no es ése tu deseo, Dios mío, y el fin que persigues constantemente, a pesar de las incomprensiones y de las resistencias más o menos conscientes del alma? Tú eres todo felicidad. Y querrías que toda criatura que fuera capaz de ello comulgase lo más y lo antes posible en esta beatitud tuya que eres Tú mismo. Esperar al fin de la vida es demasiado esperar para tu amor. Y por eso invade tu amor poco a poco al alma fiel. Empieza por apoderarse de la voluntad, potencia para amar, y luego de las demás facultades, para unirlas a ellas, o al menos para no permitirles turbarla. Y si es necesario a tus designios, llega a inmovilizar a. los mismos sentidos para que el alma, por lo que hay en ella de más espiritual, pueda ser toda de tu amor.

Restablecerás la armonía más tarde, cuando hayas hecho la conquista total y cuando Tú y ella seáis dos, pero en un solo espíritu y en un solo amor.

Ésta será la hora de la unión perfecta y permanente. Tú vivirás tu vida en el a1ma y el alma vivirá en Ti con tu propia vida. Y después de esto ya no habrá más que el cielo.