quarta-feira, 20 de fevereiro de 2013

Gracias místicas y actividad externa

Robert de Langeac
La vida oculta en Dios


Al principio de las más altas gracias de oración, Dios empieza por absorber toda la actividad externa. Hay un trastrueque. Dios nos distrae de las criaturas y de nuestras ocupaciones, como, por desgracia, nuestras ocupaciones y las criaturas nos distraían habitualmente de Dios. Cuando el género de vida no permite este estado de absorción Dios tiene compensaciones. Pero actúa así, al menos, durante la oración. Por ejemplo, Santa Catalina de Ricci. Ni la Santa ni sus superiores se daban cuenta de lo que sucedía en ella. Era aquello una completa ligadura.

Luego sucede un estado de malestar. La acción de Dios estorba la acción del alma sin suprimirla por entero.

Por fin, Dios, Dueño absoluto del alma, le devuelve la posesión completa y perfecta de sus facultades, sin que ella abandone la unión divina. Se producen entonces unas obras excelentes, sin proporción con las fuerzas humanas, como las fundaciones de Santa Teresa y de la. Venerable María de la Encarnación.

El alma entregada totalmente a Dios y al servicio del prójimo vive a la vez y sin esfuerzo en dos mundos diferentes.

Cuando en los casos de unión total hay éxtasis, ya no hay uso de los sentidos.

Pero no se confunda la levitación, la rigidez de los miembros, con el éxtasis. Pues estos fenómenos no son necesarios. Puede haber un desasimiento casi completo de los sentidos sin que los demás se percaten. Podría creerse en un adormecimiento, pues la vida física está aminorada, los sentidos sólo tienen un papel debilitado, amortiguado e incluso el vecino puede no darse cuenta de nada.

Este estado dura poco, pero, con alternativas de recuperación de facultades, puede prolongarse mucho tiempo.

Pero el acto de la unión no puede durar in-definidamente sobre la tierra. La unión, ciertamente, es actual; es un estado que supone un acto infuso de amor de Dios. Podemos compararlo a una corriente subterránea, o a un brasero de brasas muy rojas bajo la ceniza. De vez en cuando brotan de él haces de llamas; pero si continuamente hubiese llamas, la vida no las resistiría. San Juan de la Cruz lo dice expresamente. Pero el brasero es ardiente y su irradiación puede ser muy grande.