Robert de Langeac
La vida oculta en Dios
El sufrimiento que provenga de vuestras tentaciones os será útil desde el momento en que rechacéis con un acto de voluntad todo lo que en vosotros se subleva contra Dios. La caridad y el egoísmo luchan una contra el otro. Y vuestra alma es su campo de batalla consciente. De ahí viene el dolor, que es un efecto, no una causa. Es el necesario rescate de la purificación. Pero pensad que la unión, al menos la de las dos voluntades, está al término y que se realiza en ese estruendo. Y que esa unión lo es todo para vosotros.
Aceptad ese estado que Dios ha querido para vosotros, entre cielo y tierra.
Renunciad cada vez más a las alegrías de este mundo y esperad en paz, confiados e incluso con alegría las tan consoladoras visitas de Jesús Porque ése es el Calvario. Esa, la ley rigurosa del progreso, Y ese el camino de la unión verdadera.
Permaneced, pues, en él, cueste lo que cueste; no salgáis de él jamás, por ningún pretexto. Esperad, esperad, amad, «¿No era preciso que el Mesías padeciese éstos y entrase en su gloria?» El discípulo no está por encima del Maestro. Puede suceder que os sintáis muy lejos de Dios y que, sin embargo, os aproximéis
realmente a Él.
No, no estáis fuera de vuestro camino. Al revés. Marcháis por él, pero no lo veis.
No tenéis conciencia más que de la oscuridad y de la amargura. Pero Dios hace su tarea. Su luz os ciega. Su dulzura os hace experimentar esa impresión de cenizas y de hiel. Dios está dentro de vosotros y os fortifica. Creed eso sencilla y humildemente. ¿Adónde os lleva? A Él. Sed pacientes. Ocultad vuestra prueba.
Si podéis, sonreíd al exterior, pero estad persuadidos de que nadie puede intervenir. Dios está trabajando, hay que dejarle hacer su labor. Por lo demás, nada le detendrá. Tan sólo vosotros podéis apresurarlo amando y diciendo:
«Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad.» Creed nuevamente que éste es un proceso de amor. Os humilla, os purifica en el sentido espiritual y universal de la palabra, os fortifica y os templa. Sufriréis tanto más cuanto fuera más considerable la tarea por realizar y hubiera que hacerla más a fondo, pero todo eso será para vuestra verdadera dicha. Seréis dichosos cuando ya no seáis vosotros mismos y cuando todo se os haya cambiado. Es preciso orar, santificarse y esperar.
No está bien que se analicen y detallen las propias pruebas. Vale mil veces más concluir de una vez, orar y acudir directa e inmediatamente a Dios. Tenemos que volvernos francamente hacia Dios y darnos a Él totalmente a pesar de la repugnancia de la naturaleza.
Orad, escudriñad el fondo de vuestro corazón; consultad, leed si es necesario.
Pero lo que sobre todo os iluminará será la oración confiada.