Robert de Langeac
La vida oculta en Dios
Mientras no otorgas esta gracia al alma, por muy cerca que esté de Ti, se da cuenta de que no está totalmente cogida por Ti. Siente como un malestar espiritual, como una especie de inseguridad. No querría ser perturbada en su dulce ocupación. Pero podría suceder que lo fuera. Lo teme. Y su temor es fundado. No están todavía rotos todos los vínculos con lo que no eres Tú. Aún mantiene cierta comunicación con este mundo sensible que nada puede darle y que, por el contrario, podría volver a llamarla a él, ¡ay!, arrebatándola todo. Sin duda ese temor es débil, sordo, casi inaprensible, pero existe. Hace sufrir, es una traba. Verdaderamente el alma no puede elevarse para hablarte a sus anchas, cuando siente dentro de si un deseo tan vivo de hacerlo.
Mientras que cuando te dignas desligaría por completo, aunque no sea más que por un instante, ¡qué alegría al encontrarse a solas contigo, casi cara a cara, y al pode decirte sin palabras todo lo que guarda para Ti en el corazón desde hace tanto tiempo! Hace entonces como si Tú no supieras nada de ello. Te lo dice todo. Se abre hasta el fondo. ¡Mira, Padre, todo es tuyo, todo es para Ti! Ya no hay criaturas que puedan estorbar tu mirada y herir tu Corazón. Ya no hay ningún obstáculo entre nosotros. Yo te hablo y Tú me escuchas. Yo te miro y Tú me contemplas complacido. Nadie nos oye, nadie nos ve. Nadie sabe que yo estoy aquí contigo, en Ti. Lo ven los ángeles…, lo ven los Santos… Pero ellos no sabrán de nuestra intimidad más que lo que Tú quieras revelares. Además, que su mirada no es indiscreta; por el contrario, se sienten dichosos de lo que ven. Y si es necesario, excitarán mi alma para alabarte, para bendecirte, para amarte todavía más.
¡Oh Dios mío!, puesto que la oración no es más que la explicación de un deseo, no se te puede explicar bien nuestro deseo de amarte, no se puede orar bien más que en éxtasis.
Si, Dios mío, que nuestro corazón se funda de amor por Ti. Que para ser más libre de amarte sin trabas, deje nuestra alma su cuerpo y que se arroje en Ti como en el foco del amor. ¡Que muera allí totalmente para no vivir ya más que en Ti y por Ti, Oh amor, las palabras son demasiado pequeñas para contenerte, y por eso las destrozas; son demasiado débiles para expresarte, y por eso las aplastas! Pero es a mayor gloria suya, puesto que proclaman así por su misma impotencia tu grandeza y tu fuerza.
¡Oh Amor de Dios, ven, haz tu obra, abrásame, consúmeme, devórame, arrebátame. Yo me entrego a Ti, hasta el fondo, para siempre jamás, con un amén infinito!