Nota do blogue: Com esse post encerro a transcrição desse livro.
Robert de Langeac
La vida oculta en Dios
El alma interior no querría guardar esta felicidad para sí sola. Arde en deseos de difundirla. Le parece que amarla más a su Dios, a «su amigo», si lo amase en unión con otras almas a las cuales hubiera podido comunicar algunas chispas del fuego que la devora. El Amor divino ignora los celos humanos. Al darse, no se extingue, se reaviva. Sin duda que el alma interior anhela que nadie en el mundo ame a su Dios más que ella; pero si así sucede, se alegra de que ocurra. Cuanto más amado es su Dios, más feliz es ella. El descubrimiento de las almas más adelantadas que ella en la intimidad divina no hace más que estimular su ardor.
Ruega por esas almas para que amen todavía más. Comulga humildemente en su amor. Su alegría es ofrecer a su «Amado» el afecto de estas almas privilegiadas.
Lo ama con todo su corazón.
Quédate conmigo, Jesús, no me abandones; quédate siempre, siempre. Que yo te sienta allá en el fondo de mi corazón, presente y oculto a un tiempo. Haz de, mi alma el lugar de tus delicias y de tu descanso. Yo no te perturbaré, Amado mío.
Me pondré a tus pies, te contemplaré, te amaré sin ruido; te daré todo lo poco que tengo. Reinarás, sobre todo, en mí, y tu reino no tendrá fin. Gracias, Dios mío, por tanta bondad. No tengo nada que decir, sólo tengo que amar. Sí, te amo. Sí, querría repetirte noche y día esta frase como la única que te agrada y que es digna de Ti; soy tuyo, Jesús mío, Dios mío; querría también ser Tú mismo, Salvador mío; quiero todo lo que Tú quieres, es decir, te quiero para mí, todo para mí, cada vez más para mí y para siempre. Quédate, Jesús mío. Consúmeme. Úneme a Ti. Divinízame.