Robert de Langeac
La vida oculta en Dios
María es, verdaderamente, nuestra Madre. Nos da la vida, la protege y la defiende. Su papel maternal consiste especialmente en hacer nacer en nosotros a Jesús. No puede darlo a quien no está preparado, pero Ella misma hace precisamente esta preparación. La donación exterior del Niño Jesús, que tan a menudo ha sido hecha en favor de los Santos, no es más que un símbolo de esta donación real. De no ser así, ¿para qué hubiera servido este gesto, por dulce que fuera, si se hubiese mantenido puramente exterior?
Considerar a la Santísima Virgen como a nuestra Madre, como la de cada uno de nosotros en particular. Habladle como a una persona viva. En ese grado de intimidad puede haber infinitos matices, como los que hallamos en los Santos; podemos pertenecerle por diversos títulos.
María es vuestra Madre. Haced todas vuestras acciones por su gracia, en su amable compañía y bajo su dulce influencia. Pensad en Ella al comienzo y renunciad a vuestras maneras de ver y de querer para adoptar las suyas.
Intentadlo. Perseverad. Pedidle que os conceda a Jesús y que dé a Jesús vuestras almas.
Es práctica excelente la de ofrecer los sentimientos íntimos de Nuestro Señor y de la Santísima Virgen sin detallarlos, puesto que no los conocemos.
En los momentos de cansancio, descansad sencillamente junto a vuestra Madre Celestial. Vivid bajo la mirada del Divino Maestro y de su Santísima Madre.
Tened confianza en su afecto por vosotros; gustad de decírselo a menudo.
Es menester que nuestro corazón, que necesita ser fuerte, siga siendo dulce. Sed a un tiempo dulces y fuertes: no se pueden dosificar matemáticamente fuerza y dulzura, ternura y firmeza. Eso es todo un arte. La Santísima Virgen lo poseía.
Ella sabía que el amor se prueba por el sacrificio, por las obras, y que la mejor prueba de amor que podemos dar a Dios y a las almas es nuestra propia inmolación.
Podemos ganarlo todo desarrollando nuestra devoción a María ¡Qué hermoso modelo y qué buena Madre! No se sintió ligada a nada en este mundo. Estuvo totalmente transformada en Jesús y por Jesús, que le comunicó sus virtudes y su vida.
Y esta vida fue una vida totalmente escondida en Dios. Ella no vio más que a Él, no quiso más que a Él. Su alma lo aspiraba y lo respiraba a cada instante. En el fondo, no constituía más que un solo ser con Él. Qui adhaeret Domino, unus spiritus est. Dios vivía en Ella. Ella vivía en Él. Todo eso fue verdad. Pero todo eso estuvo oculto.