Robert de Langeac
La vida oculta en Dios
La oración es, según la definición de Santa Teresa, un íntimo comercio de amistad en el que el alma dialoga a solas con su Dios y no se cansa de expresar su amor a Aquel de quien sabe que es amada.
A solas con nuestro Dios decirle que le amamos: eso es la oración. De ahí deriva esa clara visión de la inteligencia, que nada vale sin espíritu de oración, esa inclinación constante de toda alma, corazón, inteligencia y voluntad, a dialogar con Dios.
Dios es poco conocido. Pero todavía es menos amado. En esta íntima conversación es cuando el corazón adquiere un afecto sólido y profundo hacia Él, un afecto que crece sin cesar. Toda vuestra ocupación ha de ser así, la de encontraros a solas con Él.
Todo debe de hablaros de Él, el grano de arena que pisáis, el arroyo que fluye, la flor que se abre bajo vuestra mirada, el pájaro que trina, la estrella que brilla en el firmamento por la noche, un sufrimiento, una alegría, una orden. Todo debe de haceros pensar en Él, encaminaros hacia Él. Debéis verlo por todas partes. Tiene todas las cosas en sus manos. Os tiene entre sus manos. Os envuelve por todas partes, os penetra. Continúa la creación, os crea. Más que eso, habita, por la gracia, en el fondo de vuestro corazón.
No se contenta con hacer de nosotros sus hijos, sino que vivir en intimidad con nosotros. Está muy dentro de todos nosotros para que nuestro corazón pueda amarlo como se ama a alguien que está verdaderamente presente. Y toda vuestra ambición debe ser así, la de penetrar en lo íntimo de Dios por vuestra inteligencia, para conocerlo no sólo en sus obras, sino en Sí mismo, al menos en tanto en cuanto ello es posible, y permitirle que en el recogimiento y el silencio os abra los ojos y os hable. Dejadlo que os instruya... ¡Oh, sí!, lo hace cuando dice: «Yo soy la Riqueza, la Misericordia, la Sabiduría. Yo soy el Bien, la Verdad, la Vida, la Belleza, la Bondad, el Amor. Yo soy Todo y, a la vez, somos Tres para seguir siendo todo eso en la intimidad más perfecta y más profunda, sin que nada nos distinga uno de otro, si no son las relaciones originarias que nos constituyen.»
Dejad, pues, que vuestro corazón se dilate en el amor. El amor divino es una cosa misteriosa. No podemos dárnoslo por nosotros mismos, pero Dios lo vierte en el alma silenciosa, en el alma de oración. Sin duda que ese amor no siempre es consciente y sentido, pero ¡qué real es! Y entonces quiere dirigirlo todo, invadirlo todo; está presente siempre como un puntito rojo, como una chispa. Es ese puntito de fuego del que habla San Juan de la Cruz que cae en el alma, la abrasa y prende en ella un gran incendio.
Vosotros debéis emprender la busca de Dios, llamarlo, correr tras Él y decirle sin cesar, de la mañana a la noche: « ¿Dónde estás, Dios mío? Entrégate a mí; yo te deseo, te llamo, te busco, necesito de Ti. Tú no necesitas de mí para ser dichoso, pero yo no lo soy sin Ti. Mi corazón ha sido hecho para Ti y vivirá en la inquietud mientras no descanse en Ti. Sufre cuando se da cuenta de que no te ama, de que no te posee por entero.» Ese es el espíritu de oración: un continuo intercambio de conocimiento y de amor, un cara a cara, un diálogo de corazones.
¿Hay una vida más bella que ésta? Para eso os retiráis del mundo y se os impone el silencio. Pues quien está distraído por los ruidos de fuera, no oye la voz interior; es imposible.
Porque el silencio es preciso a causa de la libertad que da al alma de escuchar a Dios de hablarle, de contemplarle; porque es necesario y porque vosotros debéis de practicarlo. No os contentéis con el silencio exterior, sino asegurad el interior.
Haced callar la imaginación, lo que os ocupe y os preocupe, lo que tengáis que hacer; dejad caer todo eso. Desligad el corazón de las mil naderías inútiles que lo agobian.
Sacrificad todo, y entonces seréis libres. En el fondo, si ya no os amáis a vosotros mismos, amaréis más, amaréis necesariamente a Dios. El amor os elevará y os unirá. Vuestra vida será una vida de oración es decir, una vida de conversación con Dios, siempre más y siempre mejor amado. No busquéis otra cosa. Que vuestra vida sea una vida retirada; imitad a la Santísima Virgen. ¿Qué hizo Ella, durante todos sus días, sino dialogar con la Santísima Trinidad? No vivía más que para su Jesús no pensaba más que en su Jesús, su Dios y su Hijo. Era también la verdadera Esposa del Cantar. Vivía de oración; Incluso puede decirse que murió en oración. Un alma de oración se recoge, se separa, se desliga, se mortifica, renuncia a sí misma para encontrar a Dios; pero, por otra parte, esta alma da a Dios. Un centro de luz ilumina, un manantial de energía se difunde, un foco de amor abrasa. No tenéis necesidad de inquietaros ni de buscar cómo sucederá eso.
Pues por el hecho mismo de que seáis un alma de oración, contaréis entre esas almas verdaderamente mortificadas y apostólicas, que difunden en el mundo un poco más de conocimiento de Dios, un poco más de caridad.