Robert de Langeac
La vida oculta en Dios
Podemos pedir la unión profunda con Dios, pero con una condición: la de que sea oculta. Conviene que aspiremos a ella. En la unión con Dios hay varios grados, varias etapas por recorrer. Pero hay que subir siempre. Podemos crecer constantemente en esta intimidad. Los teólogos, aun los más severos, dicen que un alma que ha recibido ya algunos valores místicos puede desear su continuación.
¡Qué puede haber más perfecto que esta unión, puesto que la perfección consiste en que cada cual vuelva a su principio para encontrar en él su acabamiento! ¡Qué puede haber más profundo, puesto que todo sucede en lo más intimo del alma en ese santuario interior en donde habita Dios! ¡Qué puede haber más puro, puesto que esa unión supone la armonía, el alejamiento de todo cuanto difiere de quien es la santidad misma y puesto que se realiza entre dos espíritus! ¡Qué puede haber más precioso, puesto que por ella Dios se da al alma con todos sus tesoros!
¿Dónde hallar, pues, más luz, más calor, más energía, más paz, más alegría?
«Pero mi bien es estar apegado a Dios».
Indudablemente, no conviene imponerse a Dios; es inútil y es perjudicial. Invita «de hecho» a quien le place. Pero espera que le deseemos, que le pidamos, que le llamemos, que le preparemos nuestra alma por un amor delicado y generoso, constante y abandonado, y tiene derecho a ello. Ése es, pues, nuestro deber. «Ven, Señor Jesús». Velad dulcemente y deseadlo siempre en paz.
SU INVITACIÓN VIENE AL ALMA DESDE DENTRO DE SÍ MISMA
¿Pero cómo esperarte realmente? ¿Dónde estás? ¿Cuál es el camino que lleva hasta Ti? Y te oigo responderme: « ¡Pero si estoy dentro de ti! Si quieres encontrarme, ven adonde habito y me daré a ti.» « ¡Que Tú estás en el interior, en lo más íntimo de mi alma! ¡Si yo pudiera acabar de comprender esas pocas
palabras! ¡Si supiera separarme de todo, abandonarme a mí mismo, para adelantarme luego hacia Ti, acercarme a Ti y llegar al menos hasta la puerta de tu santuario, oh dulce Trinidad!»