segunda-feira, 25 de março de 2013

CRISTO ENTRA EN EL ALMA

Robert de Langeac
La vida oculta en Dios


Por fin se realiza el deseo de la Esposa y es escuchada su oración; Jesús viene a ella, entra en su jardín. ¿Cómo, Dios mío, penetras Tú en el alma que te ama? Nadie lo sabe. Ni ella misma lo sabe. Es un secreto de tu Omnipotencia y de tu Amor. Por lo demás, lo que al alma le importa no es el "cómo" de tu presencia, sino el hecho mismo de ella. Ahora bien, ese hecho es cierto. Algo misterioso y profundo, apacible y dulcísimo, ha sucedido en ella. Le ha parecido que Aquel a quien tanto ama y que hasta entonces estaba escondido en el fondo de su corazón se abría paso dulcemente como a través de la propia sustancia de ella misma y afloraba graciosamente a la cima de su ser. Es como si se hubiera producido una deliciosa eclosión del Amado hasta la región ordinariamente habitada por el alma.

Pero para que el alma interior no pueda dudar de la realidad de su dicha, Jesús se digna asegurársela por Sí mismo. Le habla. A veces se sirve de la lengua común de su Esposa. Y entonces ésta oye claramente una voz que le dice dentro de ella misma: «Voy, voy a mi jardín, Hermana mía, Esposa». Pero lo más a menudo, Jesús le habla sin la ayuda de los sonidos. Con un lenguaje totalmente espiritual. El alma comprende que algo se le descubre y qué es lo que se le descubre. Todo sucede en la inteligencia pura. El alma es instruida sin ruido, sin cansancio, sin esfuerzo. No tiene que hacer más que escuchar. Por lo demás, no puede dejar de hacerlo. Pero la dulce obligación en que se encuentra de escuchar tan deliciosa palabra es para ella un encanto más. El alma también es espíritu. ¿Por qué no iba Dios a poder comunicar directamente su pensamiento a su Esposa, sin emplear la mediación de los sentidos, incluso interiores?