segunda-feira, 10 de dezembro de 2012

Paciencia



Puesto que la paciencia es una gran virtud de los educadores y puesto que nosotros somos en gran parte nuestros propios educadores, mantened en paz vuestra alma lo más posible. La agitación, el desasosiego y la inquietud nada bueno producen. Tenemos que evitarlos. La paz interior es el primero de los bienes. Sin ella, los demás llegan a ser casi inútiles. Da pacem Domine, Pace vobis.

Indudablemente, la paciencia es una virtud que no hemos encontrado en nuestra cuna. ¿Qué hacer, pues? Pedírsela a Dios. Él nos la dará, quizá gota a gota, pero nos la dará. Eso basta. Cuando la prueba se prolonga, la cruz nos pesa mucho.

Querríamos que nos la quitasen. En el fondo, sin embargo, si Dios nos escuchase, no hay duda de que la añoraríamos luego, La máxima de San Francisco de Sales: «No pedir nada, no negar nada», volvería a nuestra memoria. Lo que hemos de hacer es orar para obtener cuando menos la gracia de la paciencia: es vivir día por día, momento por momento, sin añadir al sufrimiento del instante los sufrimientos del pasado y los sufrimientos del porvenir. Nuestra pobre alma no puede soportar tanto a la vez. Apiadémonos de ella.

Si vuestra paz está un poco alterada, haced lo que dependa de vosotros para restablecerla, pero suavemente, no a viva fuerza. Empezad por ahí. No habléis, no, no actuéis, salvo en caso de urgencia, mientras no esté todo dentro de vosotros en perfecto orden. Ése era el método de San Vicente de Paúl. Os encontraréis así muy bien.