Nota del Blog: tomado de "Sed Luz", Tomo 3, de Benito Baur O.S.B. (1946).
El Mes de las Animas.
La Comunión do los Santos.
1. "Señor, dales el reposo eterno y brille para ellos la luz perpetua. Libra a las almas de todos los fieles difuntos de todos los vínculos de sus pecados. Ayúdalas con tu gracia. Haz que las almas de los difuntos, purificadas y libres de sus pecados por virtud de este sacrificio, alcancen el perdón y el descanso eterno." Así es como debemos suplicar a Dios por las pobres almas del purgatorio. Sabemos que podemos amar y ser útiles a nuestros queridos muertos hasta más allá de la tumba. Los santos lazos que nos unieron a ellos durante su vida mortal no se han roto con la muerte. Continuamos viviendo todavía con ellos, y ellos con nosotros, en un constante y sobrenatural intercambio, fundado sobre la Comunión de los Santos.
2. "Vosotros sois el cuerpo de Cristo: sois cada cual un miembro distinto de él" (1 Cor. 12, 27). "Dios se propuso, en la dispensación de la plenitud de los tiempos, instaurar en Cristo, en la Cabeza, todo cuanto existe en los cielos y en la tierra. Lo sujetó todo bajo los pies de Él (Cristo) y le hizo Cabeza de toda su Iglesia, la cual es su cuerpo" (Eph. 1, 10 22). El que es incorporado a este cuerpo pertenece a la Comunión o Comunidad de los Santos, pertenece a la Comunidad de vida sobrenatural fundada por Cristo. En esta Comunidad todos los redimidos y santificados en Cristo permanecen siempre unidos con el Señor y unos con otros entre sí, como los miembros de un mismo cuerpo. Los Santos del cielo, las almas que padecen en el purgatorio y nosotros, los miembros de la Iglesia que milita todavía sobre la tierra, somos distintos miembros de esta Comunidad sobrenatural y, por lo tanto, permanecemos siempre estrechamente unidos los unos con los otros. Entre todos formamos un solo cuerpo: el Cuerpo Místico de Cristo. Por lo tanto, todos estamos obligados a ayudarnos mutuamente con cariñosa solicitud, hasta que logremos conseguir todos el fin de la vida eterna. Como miembros vivos del mismo cuerpo, somos todos mutuamente solidarios los unos de los otros, a todos nos afectan unas mismas vicisitudes vitales. "Si padece un miembro, padecen con él todos los otros miembros" (1 Cor. 12, 26). En virtud de esta unión vital, que encadena entre sí a todos los miembros del mismo cuerpo, podemos ayudar y favorecer a las almas del purgatorio. Podemos hacer que, con nuestros méritos y satisfacciones, logren ellas alcanzar la plenitud en Cristo, el gozo de la vida bienaventurada. Dios dispuso y ordenó el cuerpo y los miembros de modo que "no hubiese escisión entre ellos, antes todos se preocupasen mutuamente los unos de los otros" (1 Cor. 12, 25). Es decir, nosotros de nuestros hermanos del purgatorio. Es, pues, una santa orden de Dios el que ayudemos y favorezcamos a las pobres almas.
"Lleve uno el peso del otro" (Gal. 6, 2). Las almas de nuestros hermanos del purgatorio llevan "el peso" de las penas temporales debidas por los pecados, por las faltas y por las infidelidades que cometieron y no pudieron expiar en esta vida. En virtud de la Comunión de los Santos podemos quitarles este peso. Permaneciendo en dicha Comunión podemos colocarnos en lugar de las pobres almas atormentadas y podemos hacer lo que ellas no pueden hacer: podemos ofrecerle a Dios, en lugar de ellas, la satisfacción que Él les exige, pero que ellas no pueden presentar por sí mismas. Podemos llevar el peso de estas pobres almas ofreciendo por ellas a Dios, en el sacrificio de la santa Misa, las satisfacciones de Cristo. En la santa Misa poseemos el medio más poderoso y eficaz para poder ayudar a nuestros queridos muertos (Concilio de Trento, Sesión 25). Podemos llevar su peso ganando indulgencias y aplicándolas por las pobres almas. Tienen también valor satisfactorio todas nuestras oraciones, todos nuestros sacrificios, esfuerzos, trabajos, vencimientos y dolores practicados y sufridos por amor de Dios. Con todas estas obras podemos llevar, aligerar y quitar el peso de las pobres almas del purgatorio. Y esto, tanto más, cuanto más íntimamente nos unamos, cuanto más vigorosamente crezcamos, por medio de la caridad y de la práctica de las virtudes, en la Comunidad de Cristo y de su Iglesia. ¿No es una tarea bien noble el llevar la carga de las pobres almas del purgatorio y el ser así sus corredentores? ¡Qué agradecidas han de estarnos!
3. El poder ayudar a las almas de nuestros muertos no se funda en la carne ni en la Sangre, ni en las relaciones y circunstancias humanas o terrenas: se funda solamente en el hecho sobrenatural de nuestra incorporación a Cristo y a su Iglesia. La incorporación con Cristo, con la Cabeza, con la Vid, es quien decide. El que nos une en comunidad, el que nos une con Cristo y con nuestros hermanos en Cristo es el amor: el amor de Jesús y el amor del prójimo. Cuanto más amor tengamos, dentro de la Comunidad de nuestros hermanos y hermanas en Cristo, más podremos ayudar también a nuestros difuntos.
"Si hablase las lenguas de los hombres y de los ángeles; si poseyera el don de ciencia; si conociese todos los misterios; si tuviera tal fe que pudiera trasladar las montañas, pero no tuviera caridad, sería nada y de nada me valdría todo lo demás. Practicad la caridad" (1 Cor. 13, 1 ss.; 14, 1), en la Comunión de los Santos, de la Iglesia en grande y de la Iglesia en pequeño, es decir, en la familia, en la parroquia, en el monasterio.
Oración.
Libra, Señor, a las almas de todos los fieles difuntos de todos los vínculos de sus pecados. Ayúdalas con tu gracia, para que puedan evitar el juicio de tu venganza. Haz que gocen cuanto antes de la felicidad de la luz eterna. Amén.