sábado, 1 de dezembro de 2012

Amor a la Cruz

¿No era preciso que Cristo padeciera y entrase en su gloria?
(Lc 24, 26.)


Robert de Langeac
La vida oculta en Dios


Si pudiéramos comprender de un modo práctico el valor del sufrimiento, no ya considerado en sí mismo, sino aceptado por amor, y en unión con Nuestro Señor habríamos comprendido casi todo el misterio del cristianismo. El sufrimiento es necesario para nosotros, pobres criaturas a quienes trastornó tan profundamente el pecado original y que aún aumentamos ese desorden con nuestro pecado.

Posee el maravilloso secreto de purificamos devolviendo nuestras facultades a su primitiva pureza mediante un doloroso proceso. Nuestra vida es como un tapiz mal y largamente entretejido que es preciso deshacer y rehacer por completo; como una masa de arcilla que hubiera tomado toda clase de formas, todas las cuales dejaron en ella algo de sí mismas y cuyas huellas han de borrarse ahora una tras otra. Es ésta una refundición que ha de realizarse por el fuego de la penitencia, del arrepentimiento, dolorosa detestatio peccati, por la dolorosa detestación del pecado cometido.

Al mismo tiempo, el sufrimiento nos fortalece cuando es con amor. No es posible que este trabajo se haga sin una poderosa reacción de nuestra voluntad. Todas nuestras facultades se encabritan contra el aguijón, pero no queremos qua a él escapen y su acción torna a nuestra voluntad fuerte, ágil, dócil y humilde en las manos de la Voluntad divina, ordenadora de todo, y le devuelve algo del vigor de aquel don de integridad que el primer hombre perdió al mismo tiempo que la Gracia.

Hay que realizar un esfuerzo para permanecer sobre el yunque mientras llueven los golpes; para no apartarse de la Cruz: Christo vonfixus sun cruci. Es preciso resistir largas horas clavado en situación de víctima tanto tiempo como Dios quiera. Pues Dios no es como los cirujanos terrenales que insensibilizan a sus enfermos. Él, por el contrario, no nos duerme, sino que a menudo hace más aguda y más dolorosa esa penetración del sufrimiento en lo íntimo de nuestro corazón hasta sus últimas fibras.

No puede adormecemos. No conviene. Jesús no estuvo aletargado en la Cruz. E incluso, por un acto libre de su voluntad humana, en perfecta armonía con la voluntad divina, no quiso que los goces de la visión beatífica repercutiesen en sus facultades sensibles. A este respecto, su alma contenía como dos mundos casi cerrados entre sí. Toda su alma padecía y toda ella era dichosa. Jesús sufrió con toda su alma, fue así el Varón de dolores, y, sin embargo, jamás perdió la visión beatífica. ¡Qué misterio y qué realidad esta de gozarse al mismo tiempo en sus propios sufrimientos y en sus humillaciones!…Y así sucede a todas las almas que Jesús llama a su intimidad, empezando por su Santísima Madre Nuestra Señora de los Dolores. ¿Qué alma ha gozado más de la intimidad de Dios que nuestra dulcísima Madre? ¿Y qué alma ha sufrido más? ¡Cuánto sufrió, Ella, que era tan pura! Y todos los Santos... Esta gracia de alegría sólo la gozan quienes beben el cáliz hasta las heces. Si no se ponen en él más que los labios, no se encuentra en él más que amargura. Pero si se tiene el valor de ir hasta el fin; siquiera se muera en el camino, como decía Santa Teresa-, se llega a la intimidad de Dios y se rebosa de alegría.

Sin duda que algunas veces nos hemos sentido iluminados sobre el sufrimiento, pero cuando nos encontramos frente a un dolor amargo, repugnante, al cual querríamos escapar a cualquier precio, necesitamos de todo nuestro espíritu de fe para mantenemos allí sin chistar, como Jesús, con Jesús y por Jesús.

¿Creéis que se ama, mientras no se ha sufrido?... Podríamos soportar razonablemente muchos sufrimientos, pero los evitamos por cobardía, pues nuestra naturaleza tiene un ingenio extraordinario para encontrar razones que no lo son, a fin de engañarse a sí misma y de pasar a su lado.