Robert de Langeac
Pedid a Santa Teresa del Niño Jesús el amor sencillo, confiado, generoso y que sonríe a Dios. Es su gracia particular. ¡Qué espíritu de sacrificio y qué amor sin consuelo sensible los suyos! Rogadle que os enseñe a amar a Dios confiados y en total abandono a su dulce Voluntad de Padre.
San Francisco de Sales dice que para aprender a amar a Dios no hay más treta que la de amarlo. Y en espera de amarlo hay que hacer «como si».
Yo te quiero, Dios mío, pero no lo bastante. Tu amor es celoso, quiere el corazón entero. Para que el mío fuese todo tuyo, haría falta que todos sus movimientos, todos sus impulsos incluso los primeros, no tuviesen otro principio ni otro término que Tú. Mi poder de amar, no sólo como espíritu, sino hasta como ser sensible, debería estar orientado únicamente hacia Ti. En una palabra, sería preciso que el encanto de tu infinita Belleza ejerciese sobre mi corazón un dominio absoluto. ¿Cuándo llegará el momento, Dios mío, de que todo mi ser esté sometido al régimen de tu amor?
El amor del alma interior es un amor fiel. Su corazón pertenece sólo a Dios y para siempre. Dios ruede esconderse, incluso puede parecer que la desdeña, que la desprecia, que la rechaza, pero no por eso deja ella de amarlo. Porque Él sigue siendo Dios y su Dios. Él es siempre digno de todo afecto y de todo amor. Y eso le basta. Tal vez el alma sienta que el aguijón de una misteriosa inquietud la penetra hasta lo más íntimo: « ¿Me ama mi Dios?» Pero no espera la respuesta Pues cualquiera que sean las disposiciones de su Dios para ella, sabe que debe amarlo, amarlo siempre, amarlo cada día más. Y eso sigue bastándole. Ama, pues, y más que nunca. Lo que mejor señala la fidelidad de tu Esposa, ¡oh Dios mío!, es la perfecta serenidad con la que permanece allí donde la pusiste y en el estado interior en que quieres que esté. Sabe que Tú la quieres así; y no le hace falta nada más. Seguirá estando donde está todo el tiempo que te plazca.
Como la paloma, no se mueve; espera. Y en esta solitaria espera canta su dulce cantar. Cantar que siempre es el mismo. Unas pocas palabras, unas pocas notas; eso es todo. ¡Pero cómo agrada a tu Corazón ese cántico de amor que nunca termina!
Sea cual sea la estación, haga el tiempo que haga, fuera o dentro, nada lo interrumpe: «Te amo, Dios mío... ¡Tú eres el Dios de mi Corazón! Mi Dios y mi Todo...»