domingo, 2 de dezembro de 2012

2 de Noviembre: Conmemoración de todos los Fieles Difuntos (IV de V)

Fonte: En Gloria y Majestad

Nota del Blog: tomado de "Sed Luz", Tomo 3, de Benito Baur O.S.B. (1946).

El Mes de las Ánimas. Las pobres almas.

1. Dos afectos fundamentales dominan en la liturgia de la Misa de Difuntos: la profunda compasión de la necesidad en que se encuentran las almas detenidas en el purgatorio y la gozosa seguridad de su redención final, de su entrada en el cielo y de la futura resurrección de su cuerpo.

2. Requiem aeternam donat eis, DomineTodavía penan lejos de Dios los muertos en Cristo, en estado de gracia. Aman a Dios, están asidos a Él con toda el alma, han aprendido a romper fundamentalmente con todo lo que no es Dios. Ven claramente la profunda vanidad de todo lo que no es vivir para Dios. Ahora se dan exacta cuenta de lo necios que fueron cuando, durante su vida mortal, no dieron bastante importancia a ciertos pecados, a ciertas pequeñeces, a ciertas infidelidades y transgresiones de menor cuantía, a cierto desordenado apego a los hombres, a las amistades, a los cargos; cuando no prestaron bastante atención a ciertos deseos secretos y a ciertas intenciones turbias, a una cierta indiferencia para con los deberes, a un cierto horror ante el sacrificio, ante la renuncia, ante la penitencia y ante la mortificación. Todas estas pequeñeces, como se las llama ordinariamente, se han convertido ahora para ellos en dolorosas cadenas que les obligan a permanecer alejados todavía por algún tiempo del objeto de sus anhelos. Este es precisamente el mayor tormento de las pobres almas, o sea, el saber que, si están aún separadas de Dios, se debe únicamente a su propia culpa. Ahora no les domina más que un anhelo: el de poder unirse cuanto antes con Dios, con Él que constituye su alegría, su paz, su amor, su vida, su todo. Cuanto más se purifican en el purgatorio, más crece y más les devora su hambre de Dios. De igual modo que una piedra, lanzada desde lo alto, cae con mayor velocidad cuanto más se acerca a la tierra, así también las almas del purgatorio se sienten invadidas a cada instante por un deseo natural y sobrenatural de Dios cada vez más insaciable, se sienten constantemente empujadas por un poder cada vez más irresistible a la unión con Dios. De este modo la tardanza de esta unión con Dios se les hace a cada instante más dolorosa. En este dolor, en esta hambre torturante y devoradora piensa la liturgia, cuando suplica: "Señor, dales el reposo eterno", la saciedad. Concédeles la tan dolorosamente ansiada unión con Dios, la beatífica contemplación de Dios cara a cara. "Brille para ellos la luz perpetua."
"Descendí del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió. Pero la voluntad del Padre que me envió es que yo no pierda nada de lo que Él me dio, sino que lo resucite todo en el último día. La voluntad de mi Padre que me envió es que, todo el que vea al Hijo y crea en Él, posea la vida eterna, y yo le resucitaré en el último día" (Evangelio de la segunda Misa de Difuntos). "Aunque nos contrista ciertamente la ineludible necesidad de morir, nos consuela, sin embargo, la promesa de la futura inmortalidad." En Cristo "brilla para nosotros la esperanza de la bienaventurada resurrección. A tus fieles, Señor, no se les quita la vida (en la muerte), se les cambia solamente. Disuelta la casa de su vida terrestre, penetran en la eterna habitación preparada para ellos en el cielo" (Prefacio de la Misa de Difuntos). En el corazón de la Iglesia vive la esperanza de la pronta entrada en la vida eterna, vive la convicción de la gloriosa resurrección de sus hijos arrebatados a esta vida presente. La tristeza que le produce la necesidad de las pobres almas es dulcificada e iluminada por esta inquebrantable seguridad de que pronto gozarán eternamente de Dios. Tan es así, que hasta la misma Misa de Difuntos se convierte para ella en una eucaristía, en un canto de acción de gracias al Señor: "Es digno y justo, equitativo y saludable que, siempre y en todas partes, te demos gracias a Ti, oh Señor santo, Padre omnipotente, por Cristo Nuestro Señor. En Él brilla para nosotros la esperanza de la beatífica resurrección. Por eso te cantamos, junto con todo el coro de los ejércitos celestiales, el himno de tu gloria, diciendo: ¡Santo, Santo, Santo!" (Prefacio de la Misa de Difuntos). La Iglesia sabe que sus hijos, aunque sufren todavía en el purgatorio, están salvados, redimidos. Tienen asegurada la vida eterna. Ya no la perderán nunca. Ya no podrán pecar más. Aman a Dios por encima de todo, con un amor puro, perfecto. Son amados por Dios. El Señor les tiene preparado ya un lugar en el cielo. Sólo un poco de espera todavía, y después ya podrán reposar sobre el corazón de Dios, eterna, beatíficamente. Tal es la convicción de la santa Iglesia.

3. "Señor, dales el reposo eterno y brille para ellos la luz perpetua." "Libra, Señor, a las almas de todos los fieles difuntos de todos los vínculos de sus pecados. Ayúdales con tu gracia, para que puedan evitar el juicio de tu venganza. Haz que gocen cuanto antes de la felicidad de la luz eterna" (Gradual).
Nosotros asociémonos también a los dolores de las almas del purgatorio; pero hagámoslo con el espíritu de la Iglesia, de la sagrada liturgia. Hagámoslo con la convencida fe de que dichas almas murieron en Cristo, es decir, de que se salvaron en Cristo y en su Iglesia.
"En Cristo" y en su Iglesia. "En Él brilla para nosotros la esperanza de la beatífica inmortalidad." "A tus fieles, Señor, no se les quita la vida, se les muda solamente." Todo depende, pues, de que estemos en Cristo, de que estemos llenos de su vida y de su espíritu, de que vivamos en la comunidad de fe, de sacrificio y de sacramentos que es la santa Iglesia.

Oración.

Oh Dios, Creador y Redentor de todos los fieles, concede a las almas de tus siervos y siervas la remisión de todos sus pecados; para que, por medio de nuestras humildes súplicas, alcancen el tan ansiado perdón. Por Cristo, Nuestro Señor. Amén.