quarta-feira, 14 de setembro de 2011

LA GESTA DE LOS MÁRTIRES I

Nota do blogue: Texto retirado do blogue: Ven, Señor Jésus!

LA GESTA DE LOS MÁRTIRES I


INTRODUCCIÓN 

LO QUE LOS PUEBLOS DEBEN A LOS MÁRTIRES 
Y A LA IGLESIA CATÓLICA 

La gesta de los mártires… ¡qué glorioso título! Gesta, del latín gesta, gestorum, neutro plural, significa: hechos señalados, famosos, heroicos. La gesta de los mártires trata de las hazañas, de las luchas heroicas de los testigos de Cristo, que lucharon durante cuatro siglos contra las tinieblas del paganismo para dar al mundo verdadera libertad y dignidad. Por esta razón, los santos y los mártires son los héroes del cristianismo, los héroes de la epopeya cristiana. Esta obra no es producto de la imaginación, creada por poetas, sino simplemente la colección de unas actas auténticas, que los cristianos compraban a los encargados de la justicia en el Imperio Romano. Se trata de las preguntas del juez y de las respuestas del cristiano, que arriesgaba su cabeza al afirmar su identidad de cristiano católico, puesto que del año 64 hasta el 312, ser cristiano en el Imperio Romano era causa de pena de muerte. El gobierno no quería matar, sino dominar la voluntad de los cristianos; violar su conciencia y hacerlos apóstatas de su FE en Cristo, el Verbo divino encarnado. Entonces empezaba una guerra abierta, entre la voluntad libre del cristiano y la inimaginable crueldad del Estado pagano, que no estaba acostumbrado a ver gente resistirlo sin doblegarse ante su voluntad y ante la del emperador, ambos paganamente divinizados. 

Los mártires: 
Benefactores de la Humanidad 

Los cristianos de los primeros siglos daban muchísima importancia a estas actas de los mártires: las leían con mucho amor y de ellas sacaban fuerza, luz, consuelo y esperanza; las conservaban como libros casi sagrados. Cuando hablaban de los mártires, comprendían que la sangre de estos héroes había sacado a la sociedad y al género humano de un verdadero infierno que el mundo actual no puede imaginar. 

San Ambrosio de Milán
San Ambrosio, antiguo gobernador romano, convertido en obispo católico en el siglo IV, hablando de los mártires, decía: “Todas las veces que celebramos la memoria de los mártires, debemos, sin dificultad, dejar nuestras ocupaciones y tareas para concurrir todos a la sagrada junta con el fin de dar honor a aquellos Santos que procuraron nuestra salud con la efusión de su sangre: porque cualquiera que honra a los mártires, honra también a Jesucristo, y el que desprecia a los Santos, desprecia también al Señor.” Siglos después uno queda asombrado por tal afirmación. Sin embargo, lo que dice San Ambrosio es la verdad: los santos mártires de Jesucristo procuraron nuestra salud, liberación, dicha y dignidad con la efusión de su sangre. Sin el triunfo de la Iglesia católica y de sus hijos sobre el paganismo y su civilización materialista en el siglo IV, la historia de los pueblos hubiera sido muy diferente. 

En efecto, si hoy la humanidad no está viviendo, al menos en los países cristianos, bajo la tiranía de los déspotas inhumanos y de los ídolos sin corazón ni razón, lo debemos a Jesucristo y a sus mártires. Si hoy los hombres saben algo acerca de Dios, Creador del cielo y de la tierra, bueno y santo, justo y misericordioso a la vez, lo debemos a Jesucristo y a sus mártires. Si hoy sabemos que debemos amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, lo debemos a los heroicos cristianos de los primeros cuatro siglos, que lucharon contra los falsos dioses y la divinización del Estado y de su jefe, los cuales exigían la sumisión total y absoluta del cuerpo y del alma. Si hace siglos el hombre fue respetado en su dignidad como ser humano, lo debemos a Jesucristo y a sus santos mártires, todos hijos de la Iglesia católica. Si hace siglos que los hombres ya no son juguetes de las supersticiones más infantiles o diabólicas, esto también lo debemos a los mártires, que lucharon y derramaron su propia sangre y así vencieron al paganismo y sus supersticiones. Si hoy sabemos quién es el Dios verdadero, si hoy somos cristianos católicos, y no paganos, esto también lo debemos a los mártires de los primeros siglos de la era cristiana. 

Los mártires: 
Testigos del Dios verdadero y de su Hijo, Jesucristo 

Pero ¿qué es un mártir? La palabra mártir viene del griego y significa testigo. Los mártires son los fieles, creyentes de Cristo, que dieron su sangre por afirmar su FE en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, quien vino a este mundo para redimir a la humanidad del pecado, del poder del demonio y del riesgo de irse al infierno por toda la eternidad. Los mártires dieron testimonio, sacrificando su vida, su honor, sus bienes, su familia, de que hay un solo Dios, Creador del cielo, de la tierra y de todo lo que hay en ellos, y de que Jesucristo y su única Iglesia, la católica, son los medios que Dios nos dio para salvarnos. 

Los mártires, frente a sus jueces, que querían obligarlos, con amenazas de tremendas torturas, a adorar a los ídolos, es decir, a los falsos dioses, dieron testimonio de que el hombre debe únicamente adorar a su Creador y único Señor y menospreciar a los dioses inventados por los demonios, quienes se hacían adorar en esos simulacros (I Cor 10, 20). 

Los mártires: 
Libertadores de la Humanidad Cautiva 

Sí, los mártires son nuestros bienhechores en todos los aspectos, porque sin ellos la humanidad nunca hubiera salido de las tinieblas del paganismo, que legalizaba todos los vicios que deshonran a los hombres. Sin la FE de los mártires en Jesucristo, sin la fuerza que recibían de Él, los pueblos de Europa y de América nunca habrían salido de sus graves errores filosóficos y teológicos, con las consecuencias morales que impedirían a la humanidad progresar, respetarse a sí misma y ser respetada. Sin la sangre de los mártires, el Mundo Occidental hubiera quedado como el Mundo Asiático: idólatra y supersticioso, sin conocimiento acerca de su origen, del más allá y del porqué de la vida. 

Por consiguiente, en lugar de dominar a la naturaleza habría seguido adorándola, y la civilización actual no habría tenido lugar, en el plano científico y en muchos otros. 

La sangre de los mártires nos fue de suma utilidad en todos los aspectos: político, social, económico, humano, familiar, de relaciones internacionales, de verdaderos derechos humanos, de honestidad privada y pública… En una palabra, sin la sangre inocente y santa derramada en los primeros siglos de la era cristiana por los generosos testigos de Cristo e hijos de la santa Iglesia católica y apostólica, la civilización occidental y cristiana y sus frutos positivos no habrían existido. El caos actual, que es un neopaganismo, lo debemos al liberalismo agnóstico o ateo y masónico, hijo del protestantismo degenerado; lo debemos a las revoluciones, que eliminaron a la FE católica de la educación pública, de la sociedad y del Estado. La FE es como la brújula; una sociedad oficialmente sin la verdadera FE es como una nave sin brújula en alta mar. Los que luchan contra el catolicismo conducen a los pueblos a la barbarie y esclavitud pensando conducirlo a la libertad. 
Ora pro nobis!

Los mártires, al derramar su sangre, proclamaron que el hombre es un ser libre y que no debe adorar a las criaturas; al contrario, debe dominar a la creación. Esta idea, fruto de la FE católica, impulsó a la humanidad cristianizada a estudiar a fondo los misteriosos secretos que Dios puso en la creación y a ponerlos al servicio del hombre. Las escuelas, las universidades, los hospitales que hicieron tanto bien a la humanidad, ¿acaso no fueron creados por los hijos espirituales de los mártires, en los países católicos, siglos antes de que nacieran las sectas o que las demás religiones y pueblos nos copiaran un poquito? 

Los mártires, al derramar su sangre, proclamaron que el hombre es un ser libre y no debe someterse al capricho de una voluntad perversa de cualquier vicioso que quiera usarlo o abusar de él. Si una jovencita, como Santa María Goretti, se atrevió a negarse al impuro joven que quiso abusar de ella, y a resistirse hasta el martirio, lo debemos a los mártires que cimentaron la civilización cristiana con su propia sangre. Si hoy miles de personas prefieren sacrificar su trabajo y subsistencia, antes que sacrificar su conciencia, esto también es fruto de la civilización cristiana. 

Los mártires, testigos de la divinidad de Cristo, lucharon contra el totalitarismo pagano, que dominaba al hombre en cuerpo y alma. Aplastaba al pobre, al niño, a la mujer y a la mayor parte de la humanidad, reduciéndola al estado de esclavos. Es decir, reduciéndola al estado de mercancía que se compraba y se vendía en los mercados, y el dueño tenía derecho sobre su vida y sobre su muerte. 

Los mártires son nuestros bienhechores en todos los aspectos, porque, al destronar al paganismo, monstruoso y vicioso, que es el culto a los demonios como lo afirma San Pablo (I Corintios 10, 20), procuraron la verdadera libertad de los hombres. Esta libertad, muy alabada hoy, nos vino del conocimiento del verdadero Dios. La verdad acerca de Dios-Trinidad nos dio la verdadera vida moral, social, humana y familiar, con la verdadera libertad que no debemos confundir con el libertinaje de hoy, tan alabado por los neopaganos actuales, que acabarán después como víctimas de la esclavitud de sus tiránicas pasiones y gobiernos totalitarios. 

A los mártires debemos el hecho de conocer al Dios verdadero, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Si la caridad tuvo y tiene todavía tanta importancia en los países de la civilización cristiana es porque sabemos que “Dios es caridad” (I Juan 4, 16). Todo el bien que hacemos a un niño lo hacemos a Cristo mismo (Mateo 10, 42). Sabemos también que el hecho de dar de comer y de beber al necesitado, el hecho de vestir al pobre, el hecho de visitar al enfermo y al prisionero, el hecho de dar posada al forastero, tienen consecuencias eternas, y que Cristo recompensará a los que hicieron el bien al prójimo, y condenará a los que no lo hicieron (Mateo 25, 34-48). Jamás se vio, antes de Cristo, que la gente sacrificara su vida para cuidar a los enfermos y apestados; jamás se vio, fuera de la civilización cristiana, a organizaciones como por ejemplo los religiosos Mercedarios, cuyos miembros hacían el voto de entregarse a sí mismos como rehenes, con tal de liberar a los cautivos. Tantos hospitales, tantas leproserías, tantas escuelas, tantas universidades, tantas congregaciones de religiosas y de religiosos al servicio de todas las necesidades de los enfermos, de los niños, de los ricos y de los pobres es fruto directo de la civilización cristiana católica. Esta misma civilización no hubiera existido sin el triunfo de la FE católica sobre los escombros del paganismo greco-romano-egipcio-sirio, y este triunfo nunca hubiera tenido lugar sin la generosa confesión de la FE católica que tenían y profesaban los atletas de Cristo: todos hijos de la Iglesia católica. La lucha de los mártires es la lucha de Cristo. Los mismos mártires afirmaban que el mismo Cristo, a través de ellos, luchaba contra el demonio, iniciador y padre del paganismo.

Sin los mártires tampoco tendríamos hoy la Biblia, porque había órdenes estrictas de los emperadores paganos, que mandaban quemar “los impíos escritos cristianos”, es decir, la Sagrada Biblia y los escritos que hablaban de los combates de los mártires. 

Los mártires: 
Hijos de la Iglesia Católica 

Finalmente, ¿a qué iglesia pertenecían los mártires? Todos eran de la única Iglesia que Cristo fundó, que los Apóstoles propagaron y que los Papas, Obispos y Sacerdotes católicos continuaron. En las actas auténticas, los mártires afirman ser de la Iglesia católica; la única que existía en estos tiempos heroicos, la única que Cristo fundó, la única legítima y por consecuencia la única que tiene los verdaderos medios para salvar a los hombres por haberlos recibido de Cristo. 

Podemos afirmar con confianza que la sangre de los mártires clama venganza contra los que falsifican la Biblia y la FE cristiana auténtica, por la cual ellos murieron en tormentos que no podemos ni imaginar hoy. Su FE es creer en un solo Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Su FE es creer que Él es el Creador de todas las cosas, visibles e invisibles. Su FE es creer que Su único Hijo, Jesucristo, se hizo hombre para redimir al género humano y darle acceso a la vida eterna. Su FE es creer en una sola Iglesia: la Santa Iglesia católica y apostólica. Su FE es creer que Cristo es el Señor; que murió, resucitó y nos dejó Su Iglesia para continuar la Salvación de los hombres. Estos santos varones, cuya FE era purísima, conocían únicamente la Iglesia Católica; sus amigos y parientes tampoco conocían otra Iglesia fuera de la Católica. En el año 156, el redactor de la carta circular acerca de la muerte de San Policarpo, discípulo de San Juan en Éfeso (en la actual Turquía) empieza así su carta, para notificar a los demás fieles cristianos sobre la persecución: “La Iglesia de Dios, establecida en Esmirna, a la Iglesia de Dios, establecida en Filadelfia, y a todas aquellas establecidas en todo lugar, que forman parte de la Iglesia católica y santa extendida por todo el mundo; que la misericordia, la paz y el amor de Dios Padre y Nuestro Señor Jesucristo sobreabunde en vosotras.” 

Hoy no podemos dar mejor formulación para decir que la misma Iglesia está en todas partes y todas las Iglesias locales forman parte de la única Iglesia santa y católica de Dios. Es lo que decían ya los discípulos de los Apóstoles. 

En el año 250, bajo el reinado del emperador Decio, el juez pregunta al sacerdote mártir Pionio: 
¿Cómo te llamas? 
El mártir: Pionio. 
El juez: ¿Eres cristiano? 
El mártir. Sí. 
El juez: ¿De qué Iglesia? 
El mártir: Católica. Cristo no ha fundado otra

Martirio de San Cipriano de Cartago
Los mártires eran tan conscientes de la importancia de la Salvación que no aceptaban para nada ninguna falsificación de la FE. Vemos por este texto que el ser cristiano es pertenecer a la Iglesia católica, es decir, a la Iglesia cristiana universal, la que abarca todos las iglesias locales unidas en la misma FE, misma moral, mismo culto, mismo gobierno. A un hereje que le preguntaba si lo conocía, san Policarpo, contestó: “Te conozco por el primogénito de Satanás”.

San Cipriano, Obispo de Cartago, África del Norte, martirizado en 258, en el año 250, para rechazar y condenar la tentativa de unos sacerdotes rebeldes y envidiosos, escribía el muy famoso libro La unidad de la Iglesia católica. El santo mártir, que dio su sangre por la FE apostólica, dice a todos los que se separan de la Iglesia católica: “Todo el que se separa de la Iglesia se une a una adúltera, se aleja de sus promesas y no conseguirá las recompensas de Cristo. El que abandona la Iglesia de Cristo es un extraño, un profano, un enemigo. No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia como Madre. Si alguien pudo salvarse fuera del arca de Noé, entonces lo podrá también quien estuviere fuera de la Iglesia. Nos lo advierte el Señor cuando dice: el que no está conmigo, está contra Mí; y el que no recoge conmigo, desparrama (Juan 10, 30). Quien rompe la paz y la concordia de Cristo está contra Cristo. Quien recoge en otra parte, fuera de la Iglesia, disipa la Iglesia de Cristo. Dice el Señor: Yo y el Padre somos una sola cosa (Juan 10, 30), y también está escrito del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: estos tres son una sola cosa (I Juan 5, 8). ¿Y piensa alguno que esta unidad que procede del poder de Dios, que se halla firmemente asegurada por los misterios celestiales, puede romperse en la Iglesia y escindirse por la discusión y el choque de voluntades? Quien no mantiene esta unidad, no cumple la Ley de Dios, no guarda la FE en el Padre y en el Hijo, no tiene ni vida y ni Salvación.” El mismo obispo mártir no se cansa de repetir que“quien abandona la cátedra de Pedro, sobre la que está fundada la Iglesia, se engaña si cree que se mantiene en la Iglesia” (La unidad de la Iglesia católica, capitulo 4). 

San Cipriano sabe bien, y lo formuló con palabras fuertes, que “fuera de la Iglesia no hay Salvación” (Carta 4, 4 y 73, 21). Una característica esencial de la Iglesia es la unidad, simbolizada por la túnica de Cristo sin costuras; unidad de la que dice que tiene su fundamento en Pedro, y su perfecta realización en la Eucaristía (cf.Carta 63, 13). “Hay un solo Dios y un solo Cristo —afirma san Cipriano—; una sola es su Iglesia, una sola FE, un solo pueblo cristiano, que se mantiene fuertemente unido con el cemento de la concordia, y no se puede separar lo que es uno por naturaleza” (La unidad de la Iglesia católica, 23). San Cipriano y los miles de hombres y mujeres, niños y ancianos que dieron su vida por la FE en Cristo y en Su única Iglesia desmienten totalmente a los que creen que cada uno puede fundar su “iglesia” y “predicar” la Biblia a su modo, fuera de la tradición apostólica. San Cipriano, mártir, y con él todos los mártires, afirman que los fundadores de cualquier secta son: “Peste y epidemia de la FE, engañadores con boca de serpiente y artífices en adulterar la verdad, vomitadores de tales venenos por sus mortíferas lenguas; su palabra serpea como alacrán, su trato inyecta virus mortal en los corazones de cuantos tratan” (La unidad de la Iglesia católica, Capítulo 10). El que se separa de la Iglesia católica, se separa de Cristo, que quiere unidad y concordia, obediencia a Sus representantes auténticos y legítimos a quienes dijo: “Quien a vosotros escucha a Mí me escucha, y quien a vosotros rechaza, me rechaza a Mí; ahora bien, quien me rechaza a Mí rechaza a Aquel que me envió.” (Lucas 10, 16). 

Los mártires: 
Amigos y Hermanos de Cristo y Nuestros Aliados 

Algunos pueden preguntar por qué honrar a los santos mártires como lo hacen los católicos, ¿acaso Cristo no basta? Contestamos, con un Padre de la Iglesia y patrono de los traductores, San Jerónimo, quien pasó su vida estudiando el hebreo, el arameo y el griego, para poder darnos la mejor traducción de la Biblia en latín:“Honramos las reliquias de los mártires con el fin de adorar a Aquel de quien recibieron la honra de ser mártires; honramos a los siervos para que esta honra resulte en el Señor, que dijo de ellos: Cualquiera que a vosotros recibe, a Mí me recibe.”(Epístola 109).

San Cirilo de Alexandría
San Cirilo de Alejandría, otro Padre de la Iglesia, contesta a los que injustamente atacan a los católicos con relación a los santos: “Nunca decimos nosotros que los santos mártires son dioses, ni que se les debe dar culto divino, sino solamente culto DE AMOR Y DE RESPETO; no les rendimos los honores supremos, pero los veneramos porque combatieron generosamente por la verdad, y conservaron el depósito de la FE hasta llegar a despreciar por él su propia vida.” (Cometario a Isaías). Por haber amado a Dios más que a su propia vida, Dios mismo hoy los honra, haciendo milagros sobre sus tumbas. Por esta razón, San Agustín dice: “Las intercesiones de los Santos son poderosísimas delante de Dios en favor de los demás.” (Comentario al Salmo 105). 

“El culto de los santos no sólo va a parar a Dios, fuente y modelo supremo de toda santidad, sino que honra también mucho a la naturaleza humana. Porque, efectivamente, reconoce, recompensa y glorifica la generosidad del corazón humano en el servicio de Dios y en el ejercicio de la virtud. 

No hay medio tan eficaz para excitar a los fieles al amor de la virtud, a la constancia en la práctica de los deberes, como el ejemplo de los santos propuesto a nuestra imitación”. (M. Meschler y E.B. Pita, S.I. Sentir con la Iglesia y discernimiento de los espíritus según San Ignacio de Loyola, Buenos Aires, 1943,página 31.) 

Nuestro amor hacia los auténticos discípulos de Cristo es bíblico, en efecto. ¿Qué dice la Biblia?Noé fue hallado enteramente justo, y en el tiempo de la cólera fue ministro de reconciliación. Por él se conservó un resto en la tierra cuando ocurrió el diluvio.” (Eclesiástico 44, 17-18). “Defunctus adhuc loquitur” (Hebreos, 11, 4). Aunque muerto todavía habla... La vida de los santos es una predicación continua. Puesto que hoy la sociedad regresó al nuevo paganismo, necesitamos santos para “regenerar al mundo" dijo el Padre Chevrier. Puesto que después de Cristo y con Cristo, su jefe, “los santos son los hombres más poderosos de la tierra porque tienen la caridad” pidamos a Dios que nos dé la misma caridad y valentía. El mundo actual, paganizado por falsas filosofías y teologías de ficción, necesita FE, Esperanza y Caridad para poder vivir humanamente. Esta Gesta de los mártires es un compendio de FE, Esperanza y Caridad auténticamente católicas, capaces de regenerar al mundo. “Lo que habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, practicadlo; y el Dios de la paz será con vosotros.” (Filipenses 4, 9). Esto es lo que hicieron los mártires y por esta razón triunfaron. 

P. Michel Boniface, FSSPX 

Fuente: "La Gesta de los Mártires". Editorial Éxodo. 1era Edición. 

Nota del Blog: Acompáñenos en esta serie de actas antiguas y verídicas que aparecerá los martes y viernes, con el propósito de dar a conocer al lector a estos santos heroes de la Fe verdadera de Cristo, así mismo esperamos le sea de reflexión y meditación en esos días sumandose a los santos Misterios Dolorosos del Rosario en su práctica cristiana cotidiana. Próxima entrega será sobre el martirio de San Policarpo, obispo de Esmirna y discípulo directo de San Juan Evangelista. 

PS: Mantenho os grifos.