Mortificación del amor propio
Tratado de la vida espiritual
San Vicente Ferrer
Prepárate, además, para sufrir, por el nombre de Cristo, todos los oprobios, todas las cosas ásperas y adversidades. Todo deseo o pensamiento que te sugiera cualquier apetito de grandeza, bajo cualquier pretexto, mortifícalo en su mismo principio y nacimiento, como a cabeza del dragón infernal, con el cauterio que es el báculo de la Cruz, trayendo a tu memoria la humildad y la durísima pasión de Cristo, el cual, huyendo de quienes le querían hacer rey (17), abrazó voluntariamente la Cruz, menospreciando toda ignominia (18). Huye con horror de toda humana alabanza, como de un mortífero veneno y gózate en tu desprecio, considérate de veras y de corazón como quien merece ser despreciado por todos.
"Contempla continuamente tus defectos y pecados, agravándolos cuanto puedas. Los defectos de los demás, échalos a la espalda, como si no los vieras y, si los ves, procura disminuirlos y excusarlos, compadeciéndote y ayudando a quienes los tienen, en lo que puedas. Aparta los ojos de tu mente y los de tu cuerpo de la conducta de los demás, a fin de que puedas verte a ti mismo a la luz del rostro de Dios. Examínate continuamente a ti mismo y júzgate siempre sin disimulo. En todas tus obras, en todas tus palabras, en todos tus pensamientos, en toda lectura, repréndete a ti mismo y busca encontrar siempre en ti materia de compunción, pensando que el bien que haces no está perfectamente hecho, ni con el fervor que debería hacerse; más bien, manchado con muchas negligencias, de manera que con razón todas tus obras buenas deben ser comparadas con un paño inmundo(19)". (20)
Repréndete, pues, continuamente a ti mismo. Y no permitas pasar por alto en ti, sin severa corrección, no solo las negligencias en palabras y obras, sino también en los mismos pensamientos, y no digo solo los malos sino también los inútiles, reprendiéndote gravemente a toda hora en presencia de tu Dios, clamando por los pecados cometidos y considerándote delante de Dios más vil y miserable por tus pecados que cualquier otro pecador por cualquier otro pecado, y digno de ser castigado y excluido de los gozos celestiales, si Dios obrara contigo según su justicia y no según su misericordia, habiéndote regalado con tantas gracias, sobre muchos otros, a las que tu has correspondido con ingratitud.
"Considera también diligentemente y medita con mucha frecuencia con vivo sentimiento de temor, que toda aptitud para el bien y toda gracia, así como toda solicitud para adquirir las virtudes, no lo tienes por ti mismo sino que te lo dio Cristo por su sola misericordia y, si quisiera, lo podría dar a cualquier renegado, dejándote a ti abandonado en el fango cenagoso y en el lago de la miseria (21). Piensa, además, y procura convencerte, persuadiéndote en lo posible a ti mismo, que no hay ningún renegado, o cualquier pecador, que no hubiese servido mejor a su Dios que tú, y que no hubiese reconocido mejor los beneficios de Dios que tú, si hubiera recibido las gracias que tu has recibido, por su sola gratuita bondad divina y no por tus propios méritos. Por lo cual, puedes juzgarte a ti mismo, sin engaño, como el más vil y bajo de todos los hombres y temer con fundamento que por tu ingratitud, Cristo te eche fuera de su presencia" (22).
Sin embargo no te digo que por esto has de pensar que estás fuera de la gracia de Dios, ni que estés en pecado mortal, aunque otros pecadores tengan innumerables pecados mortales. Lo cual está oculto para nosotros, no tanto porque el juicio humano es engañoso sino por la súbita contrición y la previa infusión de la gracia divina.
Cuando humillándote a ti mismo te comparas con los demás pecadores, no conviene que desciendas en especial a sus pecados en detalle, sino solamente en general, comparando sus pecados con tu ingratitud. Por lo demás, si quieres considerar sus pecados en especial, "puedes transformarlos por semejanza en los tuyos, increpándote en tu conciencia: Aquel es homicida, y yo, miserable, ¡cuantas veces he matado mi alma! Aquel es fornicario y adúltero, y yo ¡todo el día estoy fornicando y adulterando, apartando mis ojos de mi Dios y entregándome a las sugestiones diabólicas!. Y así en lo demás" (23).
Pero si notas que el diablo te quiere inducir por tales reprensiones a la desesperación, entonces deja tales reprensiones y ábrete a la esperanza, considerando la bondad y clemencia de tu Dios, que con tantos beneficios te ha prevenido, sin dudar de que quiere perfeccionar en ti su obra ya comenzada (24). De ordinario no hay que temer esta desesperación en el hombre espiritual, que ha experimentado cierto conocimiento de Dios. Por tanto, hay que cuidar y vigilar con todo interés esta increpación. Porque podría suceder, y sucede muchas veces, en el principiante esta situación, especialmente en aquel al que Dios ha librado de muchos males en los que estaba envuelto.
17 Cf. Jn., 6, 15.
18 Cf. Hb., 12, 2.19 Is., 64, 5.
20 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, I, c. 16.
21 Sal., 39, 3.
22 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, I, c. 16.
23 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, I, c. 16.
24 Cf. Flp., 1, 6.