Nota del Blog: tomado de "Sed Luz", Tomo 3, de Benito Baur O.S.B. (1946).
El mes de las Ánimas.
Las pobres almas
1. En la Misa de Difuntos la Iglesia se coloca al pie del lecho de muerte de aquel por quien ofrece el santo Sacrificio. Se mueve impulsada por el pensamiento de que el alma del difunto alcanza en el sacrificio de la santa Misa la ansiada redención y la glorificación en el cielo. Para la Madre Iglesia la santa Misa no es sólo un sacrificio de alabanza y de acción de gracias: es también un sacrificio expiatorio. En el sacrificio de la santa Misa el Señor presenta al Padre sus satisfacciones de infinito valor, junto con las satisfacciones y expiaciones de su Iglesia y de todos sus miembros, y se lo ofrece todo por nosotros, los vivos, y por nuestros hermanos y hermanas del purgatorio. Requiem aeternam dona eis Domine, "Señor, dales el reposo eterno, y brille para ellos la luz perpetua" (Introito, Gradual, Comunión). ¡Dales el descanso y la luz de la gloria eterna en virtud del santo Sacrificio que te ofrecemos!
2. "¡Oh Dios! Te es debido un himno de alabanza en Sión; se te ofrecen votos (sacrificios de acción de gracias) en Jerusalén" (Salmo del Introito). ¡Un cántico de acción de gracias, tomado del salmo con que la Iglesia del Antiguo Testamento daba gracias a Dios por la cosecha! La Iglesia celebra en el retorno de un hijo suyo a la patria eterna la fiesta de acción de gracias por la buena cosecha. Recoge, en el difunto por quien aplica el santo Sacrificio, el fruto de la misericordia y de la gracia divina y, al mismo tiempo, el fruto de sus propias oraciones, de su santo Sacrificio, de sus sacramentos, de sus esfuerzos, de su santa y laboriosa maternidad. Hoy, en el santo Sacrificio, presenta ante el altar, con un corazón jubiloso, agradecido y lleno de entusiasmo, este fruto que acaba de cosechar y, cual si fuera un puñado de dorado trigo, lo deposita sobre la patena para ofrecérselo a Dios como oblación suya. En la santa Consagración esta ofrenda suya se funde en una misma con la ofrenda, con el sacrificio del Señor y es llevada por Él, por nuestro Mediador y nuestro Pontífice Supremo, al reino de la luz. Allí se convertirá en un perenne y eterno himno de alabanza a Dios y a sus misericordias. Se convertirá en un jubiloso cántico de acción de gracias, que celebrará eternamente las bondades y los beneficios de Dios. Así piensa y así siente la Iglesia de sus hijos regresados a la patria eterna. Su Misa de Difuntos no es tanto una lamentación y un duelo, cuanto un jubiloso y agradecido himno de alabanzas a Dios por haber "consumado" y recibido en su gloria a uno de sus hijos. Por eso la liturgia de los primeros siglos añadía a nuestro Introito de hoy el siguiente versillo salmódico: "Bienaventurado aquel a quien tú has elegido y llevado. Desde ahora habitará en tus atrios y será colmado de las riquezas de tu casa" —en virtud del santo Sacrificio que concelebró el reintegrado a la patria durante su vida mortal y con el cual acaba de identificarse ahora, en el instante de su muerte, en el cual se sitúa la liturgia. En virtud del santo Sacrificio se obtiene: para el alma, "la luz perpetua" de la gloria: para el cuerpo, el derecho a la futura resurrección de entre los muertos (Evangelio).
"Todo lo que me da mi Padre, viene a mí; y, al que viene a mi, yo no lo arrojo fuera" (Jn. 6, 37; Evangelio de la segunda Misa de Difuntos). En el Ofertorio la comunidad de la Iglesia toma los dones de pan y vino, junto con el alma del regresado a la patria y junto, además, con sus propias oraciones, y lo presenta todo ante el altar, es decir, se lo presenta a Cristo, figurado en el altar, a Cristo "Rey de la gloria" (Ofertorio). Es el instante crítico en que el alma, en el momento de la muerte, se presenta ante su Rey y Señor, el cual va a decidir de su exclusión o de su admisión en el reino de la gloria eterna. Por eso la Madre Iglesia suplica con toda instancia: "Señor, Jesucristo, Rey de la eterna gloria, libra a esta alma de las penas del infierno. Sálvala de la boca del león. Haz que San Miguel la conduzca a la santa luz que tú prometiste en otro tiempo a Abrahán y a su descendencia" (Ofertorio). La Iglesia espera, pues, la llegada del Señor entre súplicas y oblaciones. El Señor llega en el instante de la santa Consagración. La santa Consagración es una venida del Señor llena de gracia. Viene a recibir y a llevar a la patria al alma que le ha recomendado la santa Iglesia y que conduce San Miguel. Le hace disfrutar de su sacrificio. Se inmola Él mismo por ella, ofreciendo su propia sangre como precio de su redención y para satisfacer completamente por todo lo que ella tenga que expiar todavía con penas temporales. La Iglesia ofrece al Padre las oraciones y satisfacciones, la pasión y muerte, la sangre del Señor. Le ofrece, en suma, un sacrificio de perfecta expiación por todo lo que el alma de su hijo difunto le debe todavía. "Contempla propicio nuestra ofrenda y acéptala benignamente." Ahora recibimos nosotros la sagrada Comunión. En virtud de la comunidad cristiana que existe entre el hermano regresado a la patria y nosotros los supervivientes, el muerto se une también invisiblemente al Señor con nosotros, en la Comunión de la vida eterna. Esto es lo que inspira la confiada esperanza que late en la Antífona de la Comunión: "Brille para ellos la luz eterna, en compañía de tus Santos, por toda la eternidad. Porque tú eres bueno." "Todo lo que me da mi Padre, viene a mí; y al que viene a mí, yo no lo arrojo fuera."
3. ¡Cuánto aprecia la santa Iglesia el sacrificio de la santa Misa! ¡Qué convencida está de su valor y de su eficacia en la vida, en la muerte y en el purgatorio! Cuenta con las satisfacciones de Cristo y de los Santos, que se hacen efectivas ante Dios en el santo Sacrificio. ¡Qué poco poseemos todavía nosotros el espíritu de nuestra santa Madre la Iglesia! Nosotros colocamos instintivamente en primer lugar nuestra propia acción y nuestros esfuerzos personales. Por eso no poseemos la honda fe que tiene la santa Iglesia en la eficacia del santo Sacrificio. ¡Feliz el que pertenece a la comunidad de la santa Iglesia, el que vive en la Iglesia y con la Iglesia! Siendo fieles a la comunidad de la Iglesia produciremos durante nuestra vida ricos y copiosos frutos que, en la hora de nuestra muerte, serán presentados y consagrados eternamente a Dios por la santa Iglesia como una oblación suya, como un sacrificio de acción de gracias y de alabanza. ¡Dichosos de nosotros, si viviéramos plenamente identificados con la Iglesia! Ella constituye nuestra más eficaz ayuda en la vida y, sobre todo, en la muerte y en el purgatorio.
Oración.
Suplicámoste, Señor, libres a las almas de tus siervos y siervas de todos los vínculos de los pecados: para que, por medio de la gloria de la resurrección, vivan en medio de tus Santos y elegidos. Por Cristo, Nuestro Señor. Amén.