Fonte: En Gloria y Majestad
Nota del Blog: tomado de "Sed Luz", Tomo 3, de Benito Baur O.S.B. (1946).
El Mes de las Ánimas.
Las pobres almas.
1. Supliquemos constantemente a Dios, con la sagrada liturgia, se digne conceder a las almas del purgatorio "la remisión de todos los pecados". Pidámosle haga que, en virtud del santo sacrificio de la Misa, puedan dichas almas "ser purificadas de todos los pecados y libertadas de todos los vínculos de sus pecados". Pidámosle la gracia de que, "purificadas y liberadas por la virtud de este Sacrificio", puedan "alcanzar el perdón". Pidámosle, en fin, la gracia de que "si todavía existe en ellas alguna mancha de los contagios terrenos, sea purificada con la misericordia del perdón".
2. "Concede a las almas de tus siervos la remisión de todos los pecados." ¿Existe, pues, todavía en las almas del purgatorio algún pecado venial? No. Si el cristiano que está en estado de gracia santificante muere de un modo normal, al acercarse a la muerte recibe la gracia de arrepentirse de todo cuanto pecó. Se vuelve hacia Dios con un acto de perfecta caridad, detesta todos sus pecados y, de este modo, se le perdonan todos sus pecados veniales. Pero, si le sorprende la muerte repentinamente, en un desgraciado accidente o en un estado de inconsciencia, entonces va ciertamente al purgatorio cargado con la deuda de sus pecados veniales. De esta carga se librará después en el purgatorio; pero no por medio del fuego, sino por medio del acto de perfecta caridad que puede hacer, o por sí mismo, o merced a la gracia que para ello le obtuvo la Iglesia, en el instante de morir o inmediatamente después. "Señor, concede a las almas do tus siervos la remisión de todos los pecados." La Iglesia, en la liturgia de la Misa de Difuntos, se sitúa en el mismo instante en que sus hijos acaban de expirar. Pide, pues, para ellos "la remisión de todos los pecados", es decir, la gracia de que puedan hacer, antes de su muerte o inmediatamente después de ella, un acto de perfecta caridad, para que, de este modo, se libren de todas sus culpas y pecados. Aunque esta súplica de la santa Iglesia sea hecha muchas semanas, y aún años, después de la muerte de sus hijos, para Dios es como si la hubiera hecho en el mismo instante de la muerte de aquéllos, pues así estaba ya previsto en los planes salvadores que Dios trazó para cada alma desde toda la eternidad. De este modo la petición que formula hoy la santa Iglesia le aprovechó al alma en el mismo momento de su muerte, aunque desde entonces hayan transcurrido ya muchas semanas, meses y aún años. ¿No deberemos, pues, unirnos lo más íntimamente posible a la oración de nuestra Madre la Iglesia, para suplicar con ella: "Concede a las almas de tus siervos la remisión de todos los pecados"?
"Libra a las almas de todos los fieles difuntos de todos los vínculos de sus pecados." ¿Qué pecados pesan, pues, todavía sobre las almas del purgatorio? No, ciertamente, los pecados veniales. Tampoco puede ser la culpa y la mancha de una afición innoble o de una pasión desordenada, por ejemplo, del egoísmo, de la soberbia, de la sensualidad, etc. Las almas del purgatorio están completamente identificadas con Dios. Su voluntad está íntimamente unida a Dios. Aman a Dios, sólo a Dios. Lo aman con toda el alma, sin ninguna reserva. Su voluntad está tan enraizada, tan sumergida en Dios, que sólo quieren lo que quiere Dios. Se someten a los tormentos del purgatorio voluntaria, alegremente, con amor, porque así lo quiere Dios. Quieren sufrir todo cuanto Él les ordene, como Él lo ordene y por el tiempo que Él lo ordene. No; las almas del purgatorio ya no sienten ninguna afición ni ningún movimiento desordenado. "Los vínculos de los pecados", que todavía les atan, no son otra cosa que el castigo temporal de los pecados. Dios es santo y justo. Todo pecado, la más pequeña ofensa deliberada contra su majestad y santidad exige reparación, debe ser castigado. Si no es castigado en esta vida tiene que serlo en la otra, en el purgatorio. Las penas que padecen las almas en el purgatorio son muy varias. La principal de todas consiste en la temporal privación de la presencia y de la plena posesión de Dios (poena damni). Es muy justo que Dios prive a estas almas de su posesión y goce mientras no satisfagan y expíen perfectamente sus infidelidades. Esta pena constituye el castigo más característico y esencial de todos cuantos se aplican en el purgatorio. Es también el más doloroso y el más sensible. Es tan terrible, que excede a toda imaginación y a toda pintura. A este castigo se añaden todavía otros muchos más, de distintas clases y de varia duración. Es muy justo que Dios castigue al alma incluso con penas materiales, v. g. con el fuego. Durante su vida en este mundo ella se apegó desordenadamente a las criaturas y, por ellas, se alejó de Dios. Ahora, pues, debe ser atormentada por las mismas criaturas que entonces le sirvieron de instrumento de pecado. ¡Un castigo terrible! El alma, después de su separación del cuerpo, se ha tornado tan delicada y tan sensible, que estas penas le causan los más horribles tormentos. ¡Con qué ansiedad esperan nuestros hermanos del purgatorio el término de su expiación! ¡Qué largo, qué interminable se les hace el tiempo de su alejamiento de Dios y de su permanencia entre aquellos horribles tormentos! ¡Los minutos les parecen años; las horas, una eternidad sin fin! ¡Y nosotros podemos quitarles este peso, podernos librarles de sus penas! ¿No constituye un santo deber de caridad el acudir en su socorro?
3. "Concede a las almas de tus siervos y siervas la remisión de todos los pecados. Líbralas de todos los vínculos de sus pecados", de todas las penas temporales debidas por sus pecados. "Señor, dales el descanso eterno."
Dios es santo: nada de impuro puede aparecer ante su presencia.
Dios es justo: nadie saldrá de la cárcel "hasta que no haya pagado el último céntimo" (Mat 5, 26).
Dios es misericordioso: le gusta que satisfagamos nosotros la deuda que las ánimas del purgatorio no pueden pagar. Ama a estas pobres almas. Quiere acortarles todo lo posible el tiempo de su ansiosa espera. Quiere acortárselo por medio de nosotros, que formamos con ellas una misma comunidad—el Cuerpo Místico de Cristo— y que podemos satisfacer por ellas. ¿No haremos, pues, por ellas cuanto podamos? ¿No ofreceremos al Padre, en la santa Misa, cada vez con mayor ardor y devoción, las satisfacciones de Cristo en favor de nuestros hermanos y hermanas del purgatorio? ¿No oraremos, no trabajaremos, no nos mortificaremos y sacrificaremos sin descanso por estas pobres almas? ¿No sufriremos y no llevaremos nuestra cruz cada vez con más amor y alegría, para poder de este modo ofrecer a Dios en favor de dichas almas una obra de mucho más valor satisfactorio? ¿No es acaso este acto heroico de caridad una de las obras más buenas, más grandes y más agradables a Dios que podemos realizar?
Oración.
Oh Dios, Creador y Redentor de todos los fieles, concede a las almas de tus siervos y siervas la remisión de todos sus pecados; para que, por medio de nuestras humildes súplicas, alcancen el tan ansiado perdón. Por Cristo, Nuestro Señor. Amén.