sábado, 10 de março de 2012

Monsenhor Tihamér Tóth (Matrimônio/Divórcio/Família)


EL MATRIMONIO

No hay tema más candente y actual que la cuestión del matrimonio. Cuestión de importancia suma.

¿A quién se le escapa su importancia decisiva? Es indudable que la Humanidad se halla hoy día ante los problemas del matrimonio como ante una esfinge misteriosa.

El hombre moderno ha logrado, con descubrimientos incomparables, levantar cada vez más el velo del rostro oculto de la Naturaleza; el hombre moderno ha creído que también podía resolver el problema del matrimonio a su antojo, buscando soluciones meramente humanas.

Pero ha tenido que sufrir un gran desengaño. Ha tenido que darse cuenta, después de sufrir muchas experiencias dolorosas, que el matrimonio no es un problema de matemáticas que él pueda resolver del todo con su razón. No. El matrimonio viene a ser «una ecuación con varias incógnitas»; problema que no puede resolverse con las matemáticas humanas, porque el matrimonio — según la expresión de San Pablo— es «misterio grande» (Ef 5, 32), y el maestro, que puede resolverlo, no es sino el hombre que radica en Dios.

Hagamos la pregunta: ¿Qué es propiamente el matrimonio?, y dirijámosla a la juventud moderna. Veremos qué concepto más bajo, qué concepto más pagano se tiene del sagrado vínculo.

¿Qué es el matrimonio moderno? El un paso previo para el divorcio.

¿Qué es el matrimonio moderno? Una sociedad provisional fundada en el mutuo goce.

¿Qué es el matrimonio moderno? El negocio abierto del «doy para recibir».

¿Es institución divina el matrimonio? De ninguna manera —gritan las partes que lo contraen sin pensar en Cristo.

¿Es el matrimonio indisoluble? No.

¿Es Dios quien concede hijos? No, somos nosotros los que los que permitimos que nazcan.

¿Es una bendición de Dios la familia numerosa? No. Sino todo lo contrario: es una insensatez, una desgracia que sólo les pasa a los tontos, un no estar al tanto de lo que pasa en el mundo...

Y ¿cuál es el concepto católico sobre el matrimonio? Es un concepto sublime. Según la Iglesia, el matrimonio: a) es la relación que existe entre Cristo y su Iglesia; b) es la ayuda mutua de los esposos, y c) finalmente, es la participación en la obra creadora de Dios. Sí: más allá de la biología, más allá del contrato natural, la Iglesia ve otras cosas y no cesa de repetir su concepto sublime.

El matrimonio, en la concepción católica, no es el amor sentimental de la luna de miel. Los sentimientos y todo lo que de ellos brota —los juegos, mimos y caricias—, pasan con el tiempo; pero deben perseverar dos voluntades firmes que digan: vivimos el uno por el otro y por los hijos; nos ayudamos con mutuo amor, estamos dispuestos a cargarnos de sacrificios y renuncias el uno por el otro.

Esta voluntad en común, esta compenetración mutua de los esposos, viene a ocupar el puesto del amor sentimental de los años juveniles; y a medida que pasa el tiempo, en vez de debilitarse, se robustece con el fuego de las preocupaciones diarias de la vida familiar, y se hace cada vez más depurada y más hermosa.

Con los años el amor sensitivo deja paso a una más profunda armonía espiritual.

Para asegurar la firmeza de esta institución, la más importante de la Humanidad, Dios prohíbe cualquier ejercicio de la actividad sexual —de la fuerza creadora y de la expresión del amor mutuo— fuera del matrimonio.

Si muchos matrimonios fracasan, si la vida matrimonial es un desastre en muchos casos, en gran parte es debido a que no se ha vivido sexto Mandamiento antes del matrimonio. Porque guardan una relación íntima las dos partes del lema cristiano: «Puros hasta el altar», «Fieles hasta la muerte». Aumentaría, sin duda, el número de los matrimonios felices si fuese mayor el número de los jóvenes continentes antes de casarse.

¡Qué mayor caudal de alegría, salud e idealismo, y qué mayor equilibrio y dominio de sí mismo llevarían al matrimonio los contrayentes, si se presentasen con la pureza intacta de la juventud, con el alma y el cuerpo limpios ante el altar nupcial!

La exagerada susceptibilidad, el sentimentalismo enfermizo, la poca paciencia — causa de roces, disputas, riñas y hasta de divorcios en los matrimonios— procede muchas veces de la falta de dominio de sí mismo, de los pecados de impureza cometidos antes del matrimonio.

La vida matrimonial está llena de sacrificios y responsabilidades.

Para que los esposos puedan cumplir su misión, Jesucristo ha elevado el matrimonio a la categoría de sacramento. El amor con que Cristo ama a la Iglesia, hasta dar la vida por ella, es el modelo al que deben tender los esposos en su mutuo amor.

Aunque la pasión se apague con el tiempo, la fidelidad y el amor siempre deben de crecer.

Los niños no son una carga, sino una bendición de Dios. Los esposos colaboran en la obra creadora de Dios. Ellos no deben privar al acto sexual de su finalidad principal: traer al mundo nuevos seres humanos, llamados a ser hijos de Dios.

EL DIVORCIO

El matrimonio, tal como lo ha querido Dios, es indisoluble para que pueda cumplir sus fines. Podrá haber situaciones muy difíciles en la vida matrimonial, no obstante, el matrimonio es de pos sí indisoluble.

El fin del matrimonio no se limita a los estrechos horizontes del individuo. Es un bien social, para el bien de la sociedad, empezando por el de los propios hijos.

Los esposos se comprometieron y se prometieron, al contraer matrimonio, a amarse siempre, hasta que la muerte los separe. El mutuo amor, que es lo contrario del egoísmo, les exige guardarse fidelidad, y aceptarse mutuamente, aunque muchas veces “no tengan ganas”. Ello implica mucho sacrificio, muchas veces heroico.

Habrá casos muy dolorosos, por incompatibilidad de caracteres, en que esto parezca casi “insoportable”, pero con la gracia de Dios nada es imposible.

No se puede permitir el divorcio; no se puede romper el vínculo de manera que después sea lícito contraer otro matrimonio, porque si una vez se permitiese, pronto la ruina sería completa. Los esposos se abandonarían justamente en los momentos críticos: cuando más lo necesitase el otro, como por ejemplo, en caso de enfermedad o de vejez.

Está comprobado: conforme las leyes civiles dan más facilidad para el divorcio, tanto más aumentan los divorcios.

Si todos supieran que no pueden divorciarse, que han de vivir juntos hasta que la muerte los separe, entonces llegarían a amoldarse el uno al otro. En cambio, si se permite el divorcio, en cuanto estalle una discusión o pelea lo suficientemente grave, fácilmente se está expuesto a exclamar: «¿No te gusta? ¡Pues al divorcio!»

No olvidemos nunca que el matrimonio es un sacramento. Los contrayentes han recibido una gracia especial para ser fuertes en la dicha y en la desgracia, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza. Con la ayuda de Dios es posible, aceptar al otro como es, con comprensión y paciencia.

Cuando uno se casa, lo hace para siempre. Si un hombre toma por esposa a una mujer, pero al mismo tiempo cuenta con la posibilidad de divorciarse un día, ¿no abre una puerta secreta en los muros del hogar, y por tanto, un obstáculo constante a la felicidad familiar? ¿Cómo ha de estar tranquila la mujer, si sabe que su marido puede abandonarla en cualquier momento?

¡Cuánto más fácil es refrenar el instinto tentador, si sabemos de antemano que nunca lo podremos satisfacer! He ahí cómo se logra todo lo contrario de lo que quieren los partidarios modernos del llamado «matrimonio de prueba»; porque si hay la posibilidad del divorcio, entonces sí que andará el mundo revuelto, y, en comparación de aquel desbarajuste, el actual será de calma chicha.

Si se admite el divorcio, las mujeres muchas veces llevan la peor parte. El hombre fácilmente encuentra de qué vivir; pero, ¿qué pasa con la mujer que ha envejecido con los años, con la mujer enferma, estrujada como un limón...?

El interés de la mujer, el del niño y el de toda la Humanidad reclaman la fidelidad de los esposos hasta la muerte.

LA FAMILIA

Una familia auténticamente cristiana se distingue fácilmente.

La familia cristiana se apoya en el espíritu de sacrificio. Porque Cristo nos dio ejemplo sacrificándose por nosotros en la Cruz.

¿Qué significa ser padre cristiano? ¡Trabajar desde la mañana hasta la noche por los demás miembros de la familia! ¿Qué significa ser madre cristiana? ¡Andar atareada de sol a sol por el esposo y los hijos! ¿Qué significa ser hijo cristiano? ¡Obedecer con respeto y amor a otros, a los padres; primero, mis padres... y sólo después yo!

En cambio, ¿cómo es una familia alejada del espíritu cristiano? Su lema: «Gozar cuanto se pueda y sacrificarse lo menos posible.» He aquí la divisa. ¡Sacrificarse! Es cosa de tontos.

Por esto huye de los hijos la familia moderna; por esto está en boga una educación blandengue, que no sabe sino mimar, a la cual le falta todo vigor; de ahí el desmoronamiento de las familias, de ahí la agonía de la vida familiar.

Mientra que si los esposos están unidos en Dios, si Cristo es el Rey de la familia, fácilmente se disfruta de la felicidad de la vida familiar. El hogar se convierte en un paraíso en la tierra.

(Cristiano en el siglo XX por Monsenhor Tihamér Tóth)