Fonte: En Gloria y Majestad
§ II. — El pecado venial con relación a mí mismo
I. EMPEQUEÑECE MI IDEAL
1— Disminuye en primer lugar el ideal para el cual he sido criado, y que se desarrolló en el pensamiento de Dios en el momento que decretó que sería llamado a la existencia.
Por el efecto de cada pecado venial seré eternamente inferior a mí mismo. ¡Hay elevaciones que no alcanzaré, delicadezas que no sentiré!
¡Cuántos grados en el ser, en la bondad y en la belleza, perdidos para siempre!
Todo pecado venial es una formal oposición a la perfección; y si no se repara, al progreso que a ella conduce.
2— No solamente mi ideal se rebaja, sino que se obscurece; veo menos, siento menos; y esta misma disminución, en parte, no la comprendo. ¡Es muy triste no saber que disminuye uno en sí mismo el principio moral!... ¡Dichosos aquéllos que por lo menos lo sospechan! Que digan entonces: ¡Debo ver menos, debo sentir menos de lo que existe!... ‘‘¡Iré a la fuente de Siloé, en ella me lavaré, y veré!''
3— A medida que mi ideal se rebaja, en el pensamiento de Dios disminuye la estimación que me tiene, ¡la estimación de un Ser tan perfecto! ¡La estimación de un Padre!
II. EL PECADO VENIAL DISMINUYE MI FELICIDAD EN EL CIELO
Si un solo pecado es suficiente para que así suceda; ¿qué será siendo muchos?
Sin ese pecado venial tan ligeramente cometido, hubiera llegado a una esfera más alta a un lugar más transparente, en los cuales Dios se hubiese dejado ver bajo encantos más arrobadores.
Hubiese estado más cerca de su corazón, más abismado en su intimidad, y para siempre… Mis ojos hubiesen adquirido más penetración, mi corazón más amplitud, mi alma entera hubiese estado más francamente abierta para poseerle.
¡Mis relaciones con los ángeles, con los santos, con las almas queridas que me serán devueltas, hubiesen sido más elevadas, más familiares, más dulces!
¡Me hubiese correspondido una parte mayor de la ternura de María, hubiese sido un poco más hijo suyo!... ¡Mi unión con Jesús se hubiese realizado bajo títulos más íntimos y más unitivos; yo hubiese sido más suyo y El más mío!
¡Eternamente hubiese comprendido mejor y amado más a la Santísima Trinidad en sí misma; a la paternidad de Dios extendiéndose hasta mí; a la vida del Verbo, apoderándose de la mía; y a la acción del Espíritu Santo, uniéndome a mí, ser limitado, con el amor sin límites!
¡Oh, dicha que no siento en este momento, porque sois demasiado grande, por lo menos os concibo! ¡Sois la dicha que satisface al mismo Dios! Y yo, os desdeño; puesto que todo pecado venial, por leve que sea, tiende a disminuir vuestras delicias para conmigo.
III. EL PECADO VENIAL COMPROMETE MI FELICIDAD DE AQUÍ ABAJO
Nuestra felicidad de aquí abajo es también víctima del pecado venial. La experiencia parece demostrar que las personas piadosas suelen tener que soportar más pruebas que las demás; que toman parte mayor en las penas de la vida y que encuentran en sus relaciones con Dios especiales dolores.
Sin duda más de un alma pura ha llamado a la cruz y la cruz se ha presentado a ennoblecerla; pero, ¡sobre cuántas otras no cae como castigo! Es necesario que el pecado se expíe; y ¿no es una gracia que lo sea cuanto antes, para que Dios no vea ya esa fealdad en nosotros? ¿No es una gracia que lo sea aquí en la tierra? ¡Así no nos detendremos tanto en las indecibles angustias del Purgatorio y Dios nos abrirá más pronto sus brazos!
Pero, ¿no valdría más evitarnos estos castigos de aquí abajo, que son con frecuencia tan dolorosos?, penas apremiantes de familia, abrumadoras enfermedades, contrariedades, inquietudes, trabajos de todas clases, afectos entibiados, alegrías que desaparecen…
Y en orden más elevado, privación de consuelos divinos, penas interiores, obscuridad, sequedad, abandono, disgusto de las obras buenas, ansiedad y turbación, etc.
Si hubiese estado constantemente aplicado a mis deberes, fervoroso en las oraciones, indulgente para con todos, ¿no hubiese dado más gloria a Dios que la que le doy, por la aceptación aun generosa, de esas penas merecidas?
¡Oh Padre que amáis a vuestro hijo..., Padre bondadoso hasta la ternura, seríais dichoso, estaríais satisfecho evitándome tales sufrimientos; estaríais por lo menos contento si me los vieseis soportar como una prueba!...
¡Mis faltas os privan de esa satisfacción! Castigar es un deber penoso, y… ¡yo os lo impongo!...
Y yo que siento tan vivamente todo dolor, que tiemblo ante toda desgracia posible, no sé calcular cosa tan fácil: ¡evitando el pecado venial me aseguro la doble ventaja de sufrir menos y de ser más amado por Dios!
¡Oh Padre, no me ahorréis la pena en este mundo, pero evitadme más bien el pecado que es su causa!
IV. EL PECADO VENIAL DEBILITA MI PODER
DE ACCION Y DE INTERCESION
1— San Martín, débil por un momento para con los herejes, sentía disminuir su poder sobre las almas; las conmovía menos y también su poder para con Dios: ya no hacía sus acostumbrados milagros. Efectos de este, género se ven en muchos santos y en infinidad de almas piadosas.
El poco bien que se hace por nuestra mediación, siempre proviene de la gracia, como el agua del manantial; no soy más que el canal que lo transmite. Si el manantial, encontrando obstáculos se detiene o disminuye, ¿qué podré yo dar?
Visible esterilidad de toda acción únicamente humana, o que si bien sobrenatural en su principio, se encuentra alterada por numerosos pecados veniales. Una vida llena de ellos aleja de Dios; y si Dios se retira, queda solamente nuestra imbecilidad…
2— Sepámoslo bien, el poder de intercesión está fundado en primer lugar sobre el crédito personal; y ¿qué crédito podré tener de Dios si le ofendo aunque sólo sea con imperfecciones y faltas de delicadeza? ¿Rehusar a Dios una cosa que le debo y esperar de El lo que no se me debe, no es una pretensión indebida?
Pensad en tal gracia que ardientemente deseáis y que aún no habéis obtenido… ¡quizás por culpa vuestra!...