Monsenhor Tihamér Tóth
Cristo es también Rey de la juventud.
Pero, ¿cómo debemos afianzar y consolidar en el alma de nuestra juventud el reinado de Cristo?
No cabe duda que las clases de religión en la escuela pueden ser un excelente medio para educar en este sentido a los jóvenes..., pero no lo olvidemos, la principal responsabilidad la tienen los padres.
A los padres preocupados por el desarrollo espiritual de sus hijos, no se les puede dar mejor consejo que éste: ¡Educad con Cristo! No sólo con promesas y amenazas; no sólo con premios y castigos, sino principalmente con Cristo, con el amor de Cristo. Al niño que a la edad de tres o cuatro años aprendió a amar fervorosamente a Cristo; al niño que a la edad de siete años recibió el Cuerpo sacratísimo del Señor y después sigue comulgando con frecuencia, a este niño no habrá que regañarle muchas veces, pegarle ni prometerle regalitos; bastará con que su madre le diga:
Hijo mío, Jesús quiere esto de ti, Jesús no quiere que hagas esto otro...
¡Feliz el niño a quien su madre le hable, como le hablaba Blanca a su hijo San Luis, rey de Francia: «Hijo mío, prefiero verte muerto antes que cometas un pecado mortal»! Estas palabras le produjeron tal impresión, que las recordaría toda su vida con mucho provecho para su alma.
Feliz el joven a quien su padre le dice lo que dijo a su hijo el anciano Tobías:
«Escucha, hijo mío, las palabras de mi boca y asiéntalas en tu corazón como un cimiento... Honrarás a tu madre todos los días de su vida... Ten a Dios en tu mente todos los días de tu existencia; y guárdate de consentir jamás pecado, ni de quebrantar los mandamientos del Señor Dios nuestro. Haz limosna de aquello que tengas...; sé caritativo según tus posibilidades. Si tuvieres mucho, da con abundancia; si poco, procura dar de buena gana aun de este poco que tengas... Guárdate de toda fornicación... No permitas jamás que la soberbia domine en tu corazón o en tus palabras... Alaba al Señor en todo tiempo; y pídele que dirija tus pasos, y que estén fundadas en El todas tus deliberaciones » (Tobías 4).
Sí, Nuestro Señor Jesucristo es el mejor educador, porque es el que mejor conoce el corazón humano, porque nos predica con su ejemplo y nos da las fuerzas para hacer el bien.
¡Dar fuerzas para el bien! De esto depende el resultado de la educación. Porque se pueden escribir libros excelentes sobre la moral y los valores, mostrando lo hermosos que son y qué necesarios; pero para vivirlos... se necesita algo más que un bello tratado, se necesita la fuerza sobrenatural de la gracia. Hace ya unos veinte años que me dedico a la juventud. ¡Cuántas veces he podido ver los tropiezos de los jóvenes educados sin religión!
¡Cuántos de sus esfuerzos fueron infructuosos!... ¡Pero cuando al fin se encontraron con Cristo, se agarraron a El, esto fue lo que los salvó! Sí, he de decirlo sin ambages: el que educa sin valerse de la oración, el que educa sin servirse de la confesión, el que educa sin valerse de la comunión, el que educa sin Cristo, no será al final más que un inútil chapucero.
¡Padres, no os interpongáis entre Cristo y el alma joven! No os asustéis si vuestro hijo o vuestra hija van se confiesan y comulgan con frecuencia; no digáis que son demasiado buenos, que son unos exagerados...
Si tanto vale Cristo para las almas jóvenes, si El es el brillo de sus ojos, su fuerza, su hermosura, su resistencia en los momentos de tentación, entonces hemos de pedir encarecidamente a todos, padres y educadores, profesores y jueces, intelectuales y políticos, a todos los que tengan voz y voto para influir en la opinión pública, que no permitan que se elimine a Cristo de la escuelas, que no permitan que se saque a Cristo de los hogares.
¿Quién se lo puede sacar?, ¿quién es capaz de robárselo? Se lo roban los padres que no rezan, los padres que delante de los jóvenes hablan sin medir el peso de sus palabras, blasfemando o sosteniendo conversaciones licenciosas; los padres que confían la educación de sus hijos a cualquiera, sin preocuparse de si es realmente católica...
«Los hijos hoy día no obedecen a sus padres», oímos con frecuencia. Pero los padres, ¿obedecen a Dios? ¿Qué es la autoridad paterna? Un reflejo de la autoridad de Dios. ¿Cómo va a cumplir el hijo el cuarto mandamiento si los padres no cumplen los diez? Los jóvenes no son tontos, ellos se fijan más en el ejemplo que en las palabras. ¡Observan a sus padres constantemente! Se dan perfectamente cuenta de que sus padres no van a la iglesia o que no se confiesan desde hace años. La indiferencia religiosa de los padres se contagia a los hijos con enorme facilidad. ¡Padres! No permitáis que por vuestra causa vuestros hijos se alejen de Cristo.
Se lo roban los amigos, las lecturas, las películas, los anuncios… Es terrible ver cómo las imágenes obscenas y pornográficas lo invaden todo y da al traste con la limpieza de las almas de los jóvenes…
La ley defiende los árboles en la calle, la ley defiende los bancos públicos, los postes de la electricidad, las aceras, los restos arqueológicos; pero no hay leyes que defiendan la pureza del alma joven. Se pueden exhibir en los cines las mayores inmoralidades; y las autoridades se inhiben de prohibirlo. Y, sin embargo, si tenemos prisión para el traidor que entrega al enemigo una fortaleza, hemos de tenerlo también para los que corrompen con astucia el alma de los jóvenes.
¡Qué pena da ver cómo muchos excelentes esfuerzos educativos de años se van al traste por una lectura obscena o por una película inmoral!
Mientras permitamos, sin decir palabra, que nuestra juventud se degrade moralmente, serán vanas todas las reformas educativas que quieran hacerse. Mientras permitamos que los mercaderes desalmados de la inmoralidad trafiquen con la pureza de los jóvenes, poco lograremos hacer.
Recuerda que Dios colocó un ángel a la puerta del Paraíso y puso en su mano una espada de fuego. No dejes entrar aquí a nadie —le dijo.
El alma del hijo es este Paraíso. Dios colocó al padre a la puerta del mismo: Toma una espada ardiente en tu mano —le dijo —, y no dejes entrar lo que no debe entrar.
¡Padres! Educad a vuestros hijos en la virtud. Desarrollad en ellos todo deseo de lo bello y de lo noble. Educadlos para que sean valientes, amantes de la verdad, cumplidores de sus promesas; en una palabra..., para que sean hombres.
Necesitamos una juventud que no busque su satisfacción en los bajos instintos, sino en las nobles y grandes empresas, en los altos ideales.
Una juventud de voluntad firme y con ánimo de trabajar.
Una juventud dispuesta a defender su integridad moral, que deseche toda inmundicia.
Una juventud que rebose de esperanza, de mirada limpia y alegre, rebosante de vida... ¡una juventud que tenga por Rey a Cristo!
(Cristo Rey por Monsenhor Tihamér Tóth)