Esta vida carecería de objetivo y no valdría la pena si todo se limitase a este mundo. La vida no tendría sentido si no existiese el Reino de Dios. Carece de objetivo si el hombre se cierra a Dios, “fuente de agua viva”, y en su lugar se fabrica “aljibes rotos; que no pueden retener las aguas” (Jeremías, 2, 13). Nos lo enseña la Historia, “maestra de la vida”; no puede subsistir un pueblo así mucho tiempo.
Todas las veces que se desea vivir sin Dios, se verifican en nosotros sus palabras: “Dos maldades ha cometido mi pueblo; me han abandonado a Mí, que soy fuente de agua viva, y se han fabricado aljibes rotos que no pueden retener las aguas...Reconoce y advierte cuán mala y amarga cosa es haber abandonado al Señor, tu Dios” (Jeremías 2, 13,19).
Por desgracia, hay épocas en que la humanidad pretende progresar prescindiendo de Dios. ¡Y se sorprende después por no lograrlo! Se sorprende como le sucedió a la novia del siguiente cuento:
Érase una solterona que tenía la manía tonta de creer cada noche que al día siguiente iba a celebrar sus bodas. Al despertarse por las mañanas se vestía siempre de blanco, se ponía una corona de pétalos de rosa y se decía sonriendo: hoy vendrá a buscarme.
Espera que te espera durante todo el día. Nadie se presentaba.
Por la noche se quitaba su vestido de bodas con profundo dolor, y muy entristecida lo encerraba en el armario.
A la madrugada del día siguiente se despertaba nuevamente en ella la esperanza. Otra vez se ponía el vestido blanco y repetía: seguramente que viene hoy. Y nadie llegaba... Y la pobre se pasaba toda la vida con esta esperanza de la mañana, con esta expectación de todo el día y con este desengaño de la noche; todas las noches se quitaba su vestido blanco, para ponérselo otra vez a la mañana siguiente...
Esta solterona maniática simboliza a la humanidad cuando corre tras sus engañosos ensueños, tras los fuegos fatuos, siempre esperando que al día siguiente se haga realidad su felicidad. Busca y espera la felicidad donde no lo está, y no ve, no quiere ver, a Aquel que ya ha venido: no quiere ver a Cristo, el único que puede darle la felicidad.
Hace dos mil años SAN JUAN BAUTISTA habló así a su pueblo, respecto de Jesucristo: “En medio de vosotros está uno a quien no conocéis” (Juan 1,26). Es decir, en medio de vosotros está Cristo y está el Reino de Dios, que El ha venido a traeros; y no lo reconocéis. No os sorprenda, pues, que no haya felicidad en vuestras vidas.
La incredulidad materialista ha cortado con descaro ese hilo que unía al hombre con Dios; se glorió de “haber librado de Dios al hombre”; mas en el mismo momento le hizo al hombre esclavo de su egoísmo, de la materia y de sus instintos.
Acontece lo anunciado en el capítulo 5º del libro de Daniel.
El rey Baltasar dio un gran banquete al que invitó a mil personas de su reino. Cuando los ánimos estaban ya caldeados, hizo traer los vasos de oro y plata, que se habían robado del templo de Jerusalén, y en estos vasos bebieron el rey y sus convidados. Bebían alegremente, alabando a sus dioses, fabricados de oro y plata, de bronce, madera, piedra... cuando repentinamente se puso pálido el rey, y sus piernas comenzaron a temblar de puro temor, porque enfrente suyo apareció algo así como la mano de un hombre que iba escribiendo en la pared.
El rey dejó escapar un grito y enseguida convocó a los sabios de la corte, para que interpretasen las palabras escritas; mas ningún sabio supo dar una respuesta satisfactoria.
Entonces el rey hizo que trajesen a Daniel, que estaba en prisión, y le prometió un vestido de púrpura y un collar de oro y ser la tercera dignidad del reino si le sabía interpretar lo que estaba escrito en la pared.
“Quédate con tus dones —contestó Daniel—, mas la escritura, yo te la descifraré” (Daniel 5, 17). Te rebelaste contra Dios, profanaste los vasos de su templo, has adorado ídolos fabricados por las manos del hombre y no adoraste al verdadero Dios.
“He ahí las palabras que escribe Dios: “Mane”, es decir, ha contado Dios los días de tu reinado y le ha fijado término; “Tecel”, has sido pesado en la balanza, y encontrado falto de peso; “Fares”, partido ha sido tu reino, y se ha entregado a los medos y persas.
Esto habló Daniel. Y la Sagrada Escritura, con gran sencillez, añade todavía: “Aquella noche misma fue muerto Baltasar, rey de los Caldeos. Y le sucedió en el reino Darío el Medo (Daniel 5, 30,31).
La historia de Baltasar se sigue repitiendo y se repetirá hasta el fin del mundo. Siempre habrá naciones y pueblos que retan a Dios, que se rebelan contra el Reino de Dios, y no quieren aprender las lecciones de la Historia, a saber: que sólo una cultura puede resistir al tiempo si descansa sobre la fe en el Dios eterno, que está por encima del tiempo.
Viene a ser lo mismo que escribió AMPÉRE, el científico de fama mundial: “Pasa el aspecto de este mundo, y el que se nutre de sus vanidades, también pasará con él. En cambio, la verdad de Dios es eterna, y el que se nutre de esa verdad, tal como ella, permanecerá eternamente.”
Cuando en el mar alborotado un buque corre peligro de naufragar y empieza a sumergirse, los hombres se precipitan sobre las lanchas de salvamento. Pero no pueden llevar consigo bagaje alguno; sólo pueden llevar lo más valioso: la propia vida. Lo demás hay que abandonarlo con el buque.
Si en el mar de la Historia se sumerge nuestro mundo, ¿qué es lo primero que debemos salvar? ¿Qué es lo único que merece la pena? Dios. Porque fuente sin agua, cuerpo sin alma, rebaño sin pastor, flor sin perfume, primavera sin rayo de sol, noche sin estrella... es el hombre sin Dios.
(Venga a nosotros Tu Reino por Monsenhor Tihamér Tóth)
P.S: Grifos meus.