quarta-feira, 12 de setembro de 2012

El dosorden y la lucha

Robert de Langeac
La vida oculta en Dios


Por un desorden, consecuencia del pecado original, cada facultad, dice Santo Tomás, busca su bien propio sin ocuparse del bien común, aunque el conjunto haya de perecer. Sucede entonces como cuando hay que domar a una manada de fieras. Que no se consigue sino con el látigo y sin perderlas de vista. Y si uno carece de dominio sobre sí mismo, sobre todo al principio, aquello es una jaula de fieras. No bajéis a ella so pretexto de dominarlas a latigazos. No lo lograríais.
Cerrad la trampa y subid hacia Dios. ¿Cómo lograrlo? Es un secreto, pero El Espíritu Santo os lo enseñará.
Además, que el Enemigo merodea siempre alrededor de las almas. Y aquellas que se le escaparon y se esfuerzan en servir a Dios le son particularmente odiosas.
Para turbarías lo intenta todo. Quiere impedir que den frutos. Y para eso arremete contra las flores en cuanto éstas brotan. Pues cada flor que cae antes de tiempo es un fruto perdido para la cosecha. Y cada buen pensamiento apagado por el miedo, cada buen deseo sofocado por el temor, son otras tantas flores estériles. El Demonio lo sabe. Y por eso excita en el alma esos mil pequeños brotes importunos y turbadores de necia vanidad, de envidiosa susceptibilidad, de iracunda impaciencia, de caprichosa avidez que molestan, inquietan, paralizan, intimidan, y acaban por dividir simultáneamente la atención del espíritu y la aplicación de la voluntad.
Dios, en cambio, jamás está en la turbación o en la inquietud; por esos signos reconoceréis, pues, siempre, que aquello no es de Él. ¡Es tan sutil el Demonio para dañar a las almas de vida interior!