terça-feira, 20 de novembro de 2012

Renunciamiento a la voluntad propia

Robert de Langeac
La vida oculta en Dios


Nosotros probamos a Dios que le amamos cuando cumplimos su voluntad desde la mañana a la noche, cuando la cumplimos bien, cuando la cumplimos con todo nuestro corazón, no sólo en sus líneas generales, sino en sus más pequeños detalles.

La amistad verdadera consiste en la unión de dos naturalezas y de dos personas en una sola voluntad.

Caminad con la mirada fija en lo alto. Obedeced sencillamente, inteligentemente.

Y, en lo demás, en cuanto no haya pecado, haced la voluntad ajena, mejor que la vuestra. Lo que cuesta más no es la mortificación, es la obediencia, esa cesión de nuestra voluntad a la voluntad de otro. ¡Bajo qué luz tan distinta veríamos la obediencia, si viéramos en la voluntad de ese otro la de Dios!

A veces, ante un pequeño sacrificio que hemos de hacer, no queremos ver la voluntad de Dios, porque si la viéramos, estaríamos obligados a seguirla.

Entonces desviamos nuestras miradas para no considerar el vínculo que une indisolublemente la perfección y ese pequeñísimo sacrificio.

Tenemos que reprocharnos todas las noches nuestras resistencias a la voluntad de Dios por falta de generosidad, por falta de amor y, sin embargo, un sacrificio frustrado queda frustrado eternamente… y quizá era el comienzo de una cadena de gracias que se rompió porque no supimos coger su primer anillo. La fidelidad en las pequeñeces para con un Dios tan grande seria para nosotros el comienzo de los máximos favores. Santa Teresa del Niño Jesús decía que no recordaba haber negado nada a Dios desde la edad de tres años.

Desconfiad mucho de los razonamientos a los que os sintáis apegados. No son fruto normal de vuestra inteligencia, sino más bien de vuestra voluntad. No siempre veis las cosas como en realidad son, pues hay imponderables atómicos que se os escapan. Y suplís esta deficiencia con un alarde de voluntad: "Lo quiero así, pues así lo mando, y si me preguntáis el motivo os diré que es mi voluntad" (Juvenal). Es algo que hay que corregir.

No dejéis hacer a Dios lo que podáis hacer vosotros mismos. Todavía le quedará mucho que hacer.

No puedo actuar fuera de las indicaciones de Dios. Cada vez que me he mantenido en los límites exactamente trazados por la Providencia se ha realizado un poco de bien. Cada vez que he querido traspasarlos, aunque no fuera más que en una tilde y bajo los mejores pretextos, lo he embrollado todo y el bien no se ha realizado.